Sammuel no esperaba para nada su repentino cambio de rumbo. Era tan pesado, tan desgastante.
Los soldados iban callados, para él no era normal tanto silencio e incomodidad, mucho menos con gente que era famosa por ser tan activa.
Él sabía que estaban asustados, preocupados o tristes. Lo único que podían hacer era combatir para intentar salvar el país y, por ende, sus familias. Todos miraban el suelo y se quedaban en un tipo de trance temporal, y en cada salto que tenía el camión salían de su estupor como si de cayeran de golpe de nuevo a la realidad.
—¿Qué tal está el país? —preguntó Sammuel. Alguien debía de romper el silencio.
Al principio los soldados parecieron sorprenderse, pero tras unos incómodos segundos, el sargento contestó por fin.
—Mal... Nos será difícil acabar con la amenaza —dijo con una voz ronca, producto de no haber hablado en varias horas.
—¿Y Seattle?
—Es la única ciudad intacta, pero tan solo el cuarenta por ciento de todo el estado está infectado, quizá pasado mañana esté completamente limpio.
—O mañana, nos estamos moviendo rápido —habló otro sujeto.
—¿Y… los supervivientes de todo el país? —Sammuel no quería escuchar la respuesta, pues si así estaban ahí, no se imaginaba cómo estaría el resto del país.
—Hay escasez de productos en todos lados… Es increíble lo rápido que todo se está yendo a la mierda. Al principio pensamos que tomaría una semana o dos entrar en crisis, pero no llevamos ni cuarenta y ocho horas y esto parece que no puede empeorar. A algunos civiles los llevan en barcos hasta las islas aledañas, las que son medianamente grandes, las han convertido en refugios. Por ello intentan recoger la mayoría de las personas que puedan de los estados vecinos. Hasta ahora los desgraciados no saben nadar, así que creemos que es lo más inteligente. No tenemos nada de comunicación con la mitad este del país. Estamos en la mierda.
Sammuel meditó un momento y miró a Jack, quién le devolvió la mirada con un gesto de tristeza. Ambos estaban sin palabras, no tenían nada que decir, ¿qué podían decir?
El camino era siempre por carretera, estaba desierta y los pocos carros que había estaban humeando o volcados por todos lados. En varias ocasiones un grupo de zombis los perseguían corriendo y dando tumbos por detrás del camión, pero el vehículo era más rápido, para fortuna de todos. Los chillidos cuando pasaban por una ciudad o pueblo grande sonaban sin cesar y de una manera escalofriante, era casi como si sintieran que había humanos por sus calles, simples personas recorriendo sus temibles territorios.
Había gente tirada por todos lados, algunos al pasar por su lado se levantaban y los perseguían lanzando rugidos de hambre. Sam recapacitaba y dejaba de ver a esa gente como cadáveres, claro que no eran cuerpos, eran zombis ahora. La muerte ya no existía, ahora después de la vida llegaba la transformación, el hambre insaciable.
Era un espectáculo horrible, fuego por todos lados, humo, y esa espesa niebla que impedía ver bien a donde sea que miraras. Era como una película de terror.
—¿Por qué se detuvieron en San Francisco? —preguntó Jack—. Es decir, cuando nos encontraron.
De nuevo la mayoría de los soldados salieron de ese trance que los acompañaba desde que subieron.
—Necesitábamos recargar combustible, amigo —contestó el sargento—. Ahí era una gasolinera, ¿no la vieron?
—La verdad es que no somos de San Francisco —respondió de nuevo Jack—. Venimos de Los Ángeles.
—Tú no eres de Estados Unidos, ¿o sí? Tu acento es diferente
—No, soy mexicano. ¿Algún problema, güero?
Sammuel no podía creer lo que estaba escuchando, parecía una terrible broma.
—¿Estás aquí legalmente? —dijo el sargento con tono serio.
—¿Me está diciendo enserio que se preocupa más por si Jack está legalmente aquí que por el problema que hay allá afuera en las calles? —contestó Sammuel mientras apuntaba por la ventana del camión.
El sargento lo miró con incredulidad y se recargó en el asiento con la mirada hacia el techo.
—Metete de nuevo en lo que no te importa, hijo, y se irán caminando hasta Nevada —dijo en un resoplido como si estuviera muy relajado.
—Amenáceme de nuevo y cuando esto acabe lo buscaré y lo encontraré —dijo Jack en tono calmado, pero agresivo. No cabía duda de que el sargento era un xenófobo de primera.
A Sammuel se le heló la sangre y volteó a ver a Jack con una expresión de "¿qué acabas de hacer?”. Todos los soldados se pusieron derechos en su asiento y con el pecho para afuera, de manera amenazante.
El sargento abrió los ojos como ventanas y se levantó casi de un salto.
—¿Te atreves a amenazarme? —preguntó el Sargento en tono desafiante. La rabia en sus ojos era tal que parecía que iba a explotar en cualquier momento.
Jack también se levantó y Sammuel trató de agarrarlo y sentarlo de nuevo, pero no lo logró. La fuerza de su amigo era superior a la suya.
—No me trate de faltar el respeto por no ser de aquí —contestó después de una larga mirada con los ojos inyectados en sangre.