Diablos en las estrellas

V.4.

La hipótesis Devoir-Cibeles y Bzugubért es solo una de las tantas que intentan explicar la aparición del fenómeno del vampirismo, una más inverosímil que la otra. Había quienes decían que los vampiros habían aparecido como consecuencia de un envenenamiento masivo en algún momento muy antiguo en la región del Cáucaso, en la Tierra (nunca quedó del todo claro por qué en el Cáucaso, pero aun así se seguía nombrando insistentemente), que había alterado la estructura genética de los supervivientes, mientras que una versión revisada de esta hipótesis cambiaba el envenenamiento por una enfermedad sanguínea. También se decía que la radiación solar había tenido algo que ver (por eso en Albea y en otros mundos se afirma que Sol es una estrella maligna, pues les irradia luz infernal a los terrestres). Una de las explicaciones más extendida pero desacreditada, afirma que en algún punto muy antiguo de la evolución se produjo un cruce de los antepasados de los terrestres con alguna especie animal hematófaga; el problema de esta teoría es que no se puede explicar cómo se pudo producir un intercambio sexual entre los homínidos (así llaman los terrestres a sus antepasados biológicos), y cualquiera de estas especies, por cuanto todas están biológica, genética y físicamente tan alejadas de los seres humanos y sus antepasados que la reproducción hubiera sido simplemente imposible. Visto lo visto, todas esas teorías son consideradas simples mitos populares sin asidero científico.

Otras teorías, en cambio, son mucho más serias, entre ellas la Devoir-Cibeles, propuesta por un matrimonio terrestre francohispano, Richard Devoir y Ana Alicia Cibeles, ambos grandes genetistas, tal vez de los más reconocidos en la historia de Ifeana. A diferencia de lo que muchos genetistas de Albea sostenían en ese momento, el matrimonio Devoir-Cibeles aseguraba que los terrestres eran también parte de la familia frásica. Incluso, muchos genetistas terrestres estaban en desacuerdo con sus colegas y congéneres, ya que, según explicaban, el genoma de los terrestres no posee el llamado «tronco común», una sección muy pequeña, pero identificable del genoma y que poseen absolutamente todos los frásicos. Se trata de una secuencia extremadamente antigua, remanente histórico de los primeros tiempos de la existencia de esta familia, surgida, según nuestras últimas investigaciones, en un planeta ruinoso, llamado hoy día Frasiquingsta —lo que se puede traducir más o menos como ‘humanidad original’ u ‘origen humano’—, que orbita la estrella Cogtigsta —aproximadamente ‘estrella original’—, que está totalmente desertificado y carece actualmente de vida, pero en el que hemos conseguido algunos restos que se han podido secuenciar. Aún hay muchas especulaciones sobre cómo pudo llegar ese material genético desde Frasiquingsta hasta los llamados planetas de segunda escala (se sabe de al menos seis planetas en áreas cercanas a este mundo original, entre ellos Albea, a los que llegó alguna forma de vida desde Frasiquingsta), pero en cuatro de esos planetas surgió la inteligencia, aunque en uno de ellos su civilización colapsó antes de llegar a la era de la exploración espacial. Las tres civilizaciones restantes lograron lanzarse al espacio y de allí surgen las tres ramificaciones conocidas de la familia frásica: la frasicocundulense (frasicúcundulch en albeano, del planeta Cúndul, ubicado a casi quinientos años luz de Albea), la frasicorragsandulense (frasicúrragsandch en albeano, del planeta Ragsánd, más alejado aún de Albea, a casi mil años luz) y, por supuesto, la frasicalbeana (frasicálbeach en albeano). Todas las demás especies frásicas conocidas en el universo descienden de una de las conquistas de alguno de estos tres planetas.

La aparición de los terrestres produjo una enorme desorientación, pues tenían un parecido físico tan obvio con los humanos frásicos, que los estudios genéticos que se hicieron sobre ellos tenían solo por finalidad determinar exactamente a qué línea pertenecían (aunque casi todo el mundo estaba convencido de que pertenecían a la frasicalbeana, pues eran más que evidentes sus similitudes con nosotros: tienen cabello, la forma de sus cuerpos, la estructura muscular y ósea, el tipo y funcionamiento del cerebro, la proporción del rostro, las características de su piel… y el tipo, consistencia y sabor de la sangre, todo hacía obvio que los terrestres —¡incluso los vampiros!— eran «de los nuestros»). Por eso, fue una sorpresa enorme cuando se descubrió que no tenían rastros del tronco común en su genoma. Parecía imposible que no tuvieran nada que ver con los frasicalbeanos, pero muchos prefirieron creer que, en efecto, esto era justamente así, porque mejor era no estar emparentado con esa especie definitivamente horrible que tenía, por fuerza, que ser considerada, si no enemiga, al menos hostil. Sin embargo, esas ideas acomodaticias que se expanden entre la población común para su tranquilidad interior se convierten en un enorme misterio en el mundo de la ciencia, y para los genetistas era simplemente ridículo que los terrestres hubieran evolucionado para ser casi exactamente como nosotros, los albeanos, pero sin tener nada que ver con nosotros. De esta forma, varias especulaciones que explicaban la desaparición del tronco común en los terrestres se dieron en ese tiempo, y una de las más conocidas fue la del matrimonio Devoir-Cibeles.




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