La noche estaba fría, el viento helado me estremecía la piel. ¿Cómo logré escapar? No lo sé, un descuido de los guardias. Sentía la adrenalina de ser atrapado.
Entré sigiloso al cuarto de lavado del psiquiátrico, se veía tétrico, en la penumbra del cuarto, ahí estaba Mila, sentada, esperando por mí.
—Fuiste puntual —su voz, resonó por la habitación, se me hacía imposible que ella fuera parte de mi mente—. ¿Estás listo?
—¿Para qué?
—Irnos de aquí, se me está haciendo cada vez imposible venir a verte, necesitamos irnos ya.
—¿Por qué Iván me dijo que tú estabas en Canadá y con alguien más?
—¿Por qué esa pregunta?
—Responde —exijo.
—No tenemos tiempo Dante...
—Contestame —me empiezo a desesperar.
—Tuve que mentir para venir aquí ¿contento? Ahora vámonos.
—No me quiero ir —dije con firmeza.
Mila se detiene, se queda quieta en su lugar por unos segundos.
—¿Qué dices? —habla como si no creyera lo que le acabo de decir.
—No estoy listo para afrontar la realidad allá afuera.
—Creía que me amabas.
Me quedo callado, en ningún momento de mi mente pensé que amaba a Mila, solo sentía una atracción innegable.
—No es necesario que me contestes, ya vi que la única que sintió fue aquí.
—Mila, solo necesito tiempo, aún es muy pronto para mí salir allá afuera, pronto voy a salir de aquí y estaremos juntos como quieras —empecé a temblar, no sé si del frío o de la adrenalina que sentía.
—Yo no quiero tiempo, después no podremos estar juntos porque mis padres nos van a separar, tiene que ser ahora antes de que nos encuentren.
—Mila...
—Por favor Dante...
—No... —hice una pausa, sentía que el pecho me oprimía—, ni siquiera sé si eres real.
—Dante... vámonos —insistía.
—No... déjame en paz —mi respiración se agitó.
—Dante...
Ya no pude más.
Me recargue a una pared para tranquilizarme, mi mente estaba saturada.
—¿Estás seguro de que viste a Mila?
—La seguridad aumento en ambas áreas, haciendo imposible que tu amiga se infiltrará en el psiquiátrico.
—Lo que me cuenta Aitana es que se cambió de ciudad a Canadá y creo que conoció a alguien.
—Dante, vámonos.
Colapsé.
Tomé una herramienta que había en una caja de herramientas, específicamente una llave. No tomé control de mis impulsos.
—¡Ya déjame en paz! —con la llave le pegué a Mila en la cabeza, se cayó al suelo, pero no me detuve—. ¡No eres real, eres parte de mi mente, ya déjame!
Y así en repetidas ocasiones, la llave se llenó de su sangre que incluso mi ropa se salpicó, Mila estaba inconsciente en el suelo con golpes en la cabeza, de allí salía sangre.
Maté a Mila.
Solté la llave hidráulica, como un cobarde, salí corriendo de la lavandería, como pude entré de vuelta al psiquiátrico.
Maté a Mila
Su imagen se repetía en mi mente.
Maté a Mila.
Su voz insistiendo que nos fuéramos me atormenta
Yo maté a Mila, soy un asesino.
No dormí, los sucesos de anoche no me dejaron, mi mente estaba saturada de la imagen de Mila muerta, mi conciencia me recordaba lo que hice.
Tocan a mi puerta, no atiendo, la enfermera entra a mi alcoba, me ve sentado en la cama con las piernas pegadas al pecho, mi ropa salpicada de sangre de Mila, me veo fatal.
—La maté... —susurro—. Yo la maté...
—Dante... ¿Dime que pasa? —se acerca con cuidado a mi.
—Yo la maté... maté a Mila.
—¿Quién es Mila?
—No lo sé... —hice una pausa—. Era real, pero yo la maté.
—Dante —el doctor Anderson entrá a mi habitación junto con dos enfermeros hombres, uno trae una camisa de fuerza.
—¡No, yo debo de estar en la cárcel! ¡Maté a Mila!
—Enfermera
La enfermera se acerca a mí con una jeringa, yo me niego.
—¡No! ¡Yo la maté! ¡Ahí en la lavandería! ¡En la lavandería está su cuerpo! ¡Yo la maté!
No lo sentí, solo caí en un sueño profundo y ya no recordé a Mila.