Imelda lloraba amargamente, era una mezcla de alegría y furia, por un lado consideraba que eran muy hermosas las palabras de aquel ángel, pero por otro eran poco creíbles, sí era cierto que había nacido en cuna de oro, durante sus bellos recuerdos infantiles había portado su tiara, había crecido en presencia de su padre el Rey, sin embargo, desde su adolescencia se desarrolló en el campo de batalla, su espíritu se había forjado con un carácter destructivo, no permitía que le convenciesen de nada sin pruebas determinantes, hacía que las cosas fuesen con o en contra de la misma suerte, había atravesado cualquier límite impuesto, conocía al derecho y al revés la mayor parte de su reino...Su furia logró dominarla, no sólo le daba coraje el hecho de portar la tiara, además le enfurecía que aquellas personas a las que amó no viniesen a verle, que su padre la recogió cuando estuvo de gravedad en lugar de que ellos la atendieran...
Imelda se irguió, respiró profundo y se levantó de su asiento, miró al ángel con el ceño fruncido y se colocó en posición de combate, las piernas abiertas en compás y ambas manos en medio de como si sostuviese una gran espada; el ángel cesó su vuelo, fascinado, la espada de Imelda comenzaba a aparecer, era de fuego con el mango forjado en oro - ¡Me encanta el espíritu de guerra que has forjado! - rio en grandes carcajadas, el ángel la imitó, y de igual manera su espada y armadura comenzó a visualizarse sobre su blanquecina ropa, la llama ardiente ara de un tono similar, una intensa luz amarilla con el centro mezclado entre tonos rojizos y anaranjados.
La batalla fue longeva, no había manera de determinar si era de día o de noche, todo a su al rededor permaneció en la oscuridad, lucharon con espadas, con palabras, con cánticos y hasta con sus escudos, ambos constantemente se agotaban, tomaban un leve descanso y emprendían la lucha; Imelda siguió y siguió peleando, le reclamaba todo cuanto quería, todo por cuanto había sufrido, todas las promesas que él había roto, todas las palabras que había pronunciado, reclamaba por lo pasado, por lo presente y por el por venir, era tal su furia que parecía una eternidad aquella batalla.
- ¡Te ordeno que hagas venir a esas personas que siguen en la guerra! - le gritó en una ocasión, mientras tomaba impulso, el ángel no respondía.
- ¡Haz que aparezca mi Padre! ¡Cúmpleme lo que te he pedido! - gritaba entre sollozos cuando el cansancio se hacía presente.
- ¡¿Dónde está lo que has prometido?! ¡¿Cómo confiar en tí si tardas en darme lo que tú mismo prometiste?! - su voz enroquecía cada dos por tres, hasta que en algún momento se detuvo y se sintió extraña, de pronto ya no sabía qué sentir, qué pensar ni el por qué luchaba, había logrado desprenderle la espada al ángel y ella enterró la suya en el suelo, colocando su cabeza sobre su brazo, descansando por un instante, tratando de recordar qué es lo que hacía, tratando de volver a sentir...
Pasado unos momentos el ángel quiso elevarse con sus alas, la princesa guerrera había ganado y no había exigido nada, lo cual lo hacía exento a cumplir cualquier petición de la VICTORIOSA, en cuanto sus pies se elevaron sobre el suelo con intención de marcharse, Imelda abrió los ojos y en segundos se abalanzó a sujetar las piernas del ángel, comenzó a escalarlo para evitar caer en pleno vuelo, el ángel viendo su intención transformó su imagen en la persona en quien tenía en mente Imelda...Ella, al verle, lo abrazó y comenzó a llorar - Te perdono, te perdono, te perdono - expresó reptitivamente - te perdono por no cuidar de mí, te perdono por poner tu orgullo... - continuó entre sollozos - te amo - susurró. El ángel la acunó en sus brazos y apareció una nueva escena, ahora era su habitación en el palacio.