Diálogos inconclusos. Inari Masga.

4. Rey.

Imelda se quedó en cama por días, comía poco y lloraba mucho, su cuerpo y su alma estaban agotados, desolados, pedía que el Rey se presentara, que ella anhelaba hablar con Él, sin embargo, ella no sabía que Él estaba detrás de su puerta, la escuchaba sollozar, resolvía muchas cosas para lograr darle lo que la princesa deseaba.

Un día, Imelda se sintió vacía, tal sentimiento la enfureció, "no quiero sentirme así...vacía" pensó, "necesito que mi Padre me ayude, no puedo más con ésta depresión y el vacío se convierte en rencor y frustración"

Tomó la decisión de salir de su habitación, y ahí lo encontró, parado, hablando con algunas personas del reino - princesa, ¿Cómo te sientes? - preguntó sin dejar de escribir las indicaciones para ciertas acciones - mal, Padre, me duele el alma, me siento sola y tengo miedo - suspiró Imelda, ella retrocedió y se sentó sobre la cama, el Rey pasó a la habitación, los ciudadanos le siguieron, el Rey era un Señor ocupado - ¿A qué le tienes miedo? - preguntó acariciando el cabello de la princesa, la tiara llacía en la almohada - tengo miedo de ir y que la gante que amo me rechace, a perder de nuevo mi identidad, sé que tú estás obrando, y que todo este gentío se encarga de acomodar las cosas y empezar la siega, pero, te necesito a mi lado, necesito que me respaldes con lo que deseo hacer... - comenzó a decir la princesa cuando la multitud la miró negativamente - princesa, ese no es el protocolo, usted fue entrenada en la guerra para poder sanar a las personas que nacen en ese ambiente, no para convertirse en uno de ellos - le reprendió una de las mujeres - además, usted representa un águila, elegancia, fuerza y sueños, ¿por qué desea ensuciarse en el lodo? - la interrogó uno de los ancianos - ella es la princesa, ella debe decidir lo que quiere hacer, no puede dejar morir a la gente que ama - la defendió una de las mujeres jóvenes - si ellos la amaran, vendrían a verle - recalcó el anciano... La discusión dilató un tiempo, el Rey acariciaba el cabello de la princesa mientras ésta se hacía un ovillo a lado de Él.

La depresión comenzó a atenuarse en la princesa, sintió un golpeteo fuerte en el pecho, Imelda se enfureció con ese malestar, sabía que le estaba inundando la ansiedad a causa de la discusión, ¿Padre no va a intervenir?

- Yo te sugeriría que decidas por tí misma, eres mi hija, eres una princesa, eres una guerrera, es tu decisión, será dificil cuando estés allá, pero estaré contigo, confía en mí - le susurró dulcemente el Rey, colocándole la tiara y limpiando sus lágrimas - ¿A qué te refieres con que será dificil? - preguntó Imelda, el Rey la abrazó - el amor que tenian por ti se secó, por lo tanto se desviaron, tendrás que perdonarlos y esforzarte para demostrarles lo que significa mi gracia, el amor eterno - le explicó con tranquilidad, Imelda se molestó, las palabras del Rey fueron como una cubeta de agua helada en el corazón de la muchacha - ¿Por qué dejaste que él perdiera el amor por mí? - preguntó en un hijo de voz, decepcionada - cariño, él es una persona, él tiene la voluntad de decidir qué hacer con su vida y sus emociones - le respondió amablemente - confía en mí, nacerá un nuevo amor, y se convertirá en un fuerte árbol de roble, se paciente y no dudes - le prometió, Imelda guardó silencio y se dejó consentir.

Finalmente la discusión cesó entre la multitud al ver a la realeza abrazados.

- Decidí que iré - concluyó la princesa - un ladrillo a la vez - sonrió el Rey, ella asintió con la cabeza y con una reverencia animada empezó a empacar lo necesario.

Nuevamente la discusión tomó fuerza en la habitación y una mirada del Rey lo dejó mudos.

El Rey salió de la recámara e Imelda iba detrás, tarareando una melodía...



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En el texto hay: experiencias de vida, aventura y fantasia

Editado: 30.03.2022

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