Su travesía de Imelda y del Rey era tranquila, se acompañaban en silencio, sonreían de vez en cuando...al pasar por la fuente del centro del jardín, cuando estuvieron rodeados del personal del banquete, y cuando estuvieron a la entrada del palacio.
Junto a la entrada pasaba un río de agua cristalina, y a unos kilómetros más adelante se encontraba un conjunto de doce piedras, apiladas en forma circular, como un pozo, más no albergaba agua, sino leña; el Rey se detuvo a ver el holocausto, todo el gentío que les acompañaba iba detrás, sin interrumpir - ¿en qué piensas cuando ves esto? - preguntó el Rey mientras rosaba dulcemente las piedras - pienso en el holocausto de Elías, el de Abraham, el de Job... - Imelda suspiró, el Rey asintió - Elías pidió el fuego del cielo, Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo y Job intercedía por los pecados de sus hijos... - enlistó el Rey, satisfecho - si estuvieras en la posición de Abraham... ¿sacrificarías a tu hijo por amor a las personas que están en la guerra? - preguntó mientras analizaba a la princesa, ella lo miraba con pesar - sí, sí lo haría, incluso me sacrificaría yo también - respondió con lágrimas en los ojos - ¿por qué? - insistió el Rey tratando de disimular su gozo - porque así me has enseñado a amar, tú sacrificaste a Jeshua, Abraham estuvo a punto de sacrificar a Isaac, Ana ofrendó a Samuel, Job intercedía por sus hijos y aún así fueron llamados...a todos los bendeciste por amar y confiar en ti - expuso su argumento entre sollozos, el sentimiento era triste pero su voz sonaba segura, el Rey se conmovió y le abrazó, en ese momento, Imelda sintió como su fuese despojada de un gran peso que sentía sobre sus hombros.
Continuaron su trayectoria siguiendo el río, iban en silencio, Imelda tenía un vacío en el pecho, se sentía rara, suspiró con fuerza y se detuvo unos instantes a ver el agua pasar, el Rey la observaba,y al notar una sonrisa discreta de la princesa se percató de lo que pretendía, el Rey sonrió ampliamente...la princesa corrió divertida echando un clavado, mojando las vestiduras reales de su padre...Imelda recordó su infancia, el Rey la había llevado a nadar en aquel río desde los tres años de edad y ella guardaba ese recuerdo como un tesoro que nadie podía comprender, disfrutaba nadar ahí, cada que se sentía derrochando emoción, fuese alegría o tristeza, se sumergía ahí hasta que perdía la noción del tiempo y le dolía tanto el cuerpo que podría invernar... los recuerdos le golpeaban la memoria y al llorar, el Rey se sumergió a acunarla en sus brazos...
Vino a la memoria de Imelda el cuestionamiento del panda - sí, las guerreras también lloran, lloran cuando las heridas son demaciadas, cuando son profundas, cuando se infectan y cuando se pudren, lloran cuando han soportado tanto y se quiebran después de darlo todo - le había respondido, para lo que el panda asintió - los pandas no son guerreros, vivimos con mucha tranquilidad, construimos cuando queremos algo nuevo, nos enfurecemos si tocan nuestra comida, pero no lloramos por las heridas, nuestra piel es gruesa, nos cubre del frio y el dolor sólo llega cuando nos cala hasta los huesos - comentaba reflexivamente, observando su gruesa piel para luego engancharse en la mirada de la princesa con esos ojos negros de canica - ¿quieres ser un panda? - preguntó luego de sonreír tiernamente - la princesa no pudo contener la risa, era irónico aquel cuestionamiento - no puedo ser un panda, soy humana - explicó una vez que logró calmarse, el panda asintió reflexivamente - ser panda no es nacer como tal, sino formarte como uno, es decir, tu piel no es tu cuero, sino tu corazón, si es grueso no dañaran el interior que son tus sentimientos - sonrió abiertamente, y de algún sitio sacó una rama de bambú...
Imelda seguía sollozando en los brazos de su padre cuando suspiró profúndamente, había comprendido un tesoro dentro de un pequeño cofre, ser tierno como un panda puede ser la fuerza de tu corazón.