La princesa se removía y quejaba en los brazos de su padre, el rey tomó asiento al lado del Río, recostó a la princesa sobre el jardín posando en su regazo, acarició suavemente su largo cabello ayudándola a relajarse en medio de sus sueños.
Imelda soñó con una gran fiesta, era un salón muy grande, el piso brillaba como las estrellas, el vestido que llevaba puesto brillaba de igual manera, la princesa portaba su corona y no podía ver con quién bailaba, sin embargo la música sonaba muy suave, era un vals muy encantador.
La princesa comenzó a sollozar mientras dormía, era una escena enternecedora, era una mezcla de emociones y sentimientos, a pesar de no poder ver al hombre con quién bailaba, su corazón sentía Paz, quizás con quién bailaba era su padre, o quizás era el hombre qué tanto ama.
Imelda se dejó llevar por la melodía, logrando tener dulces sueños.
El rey en cambio no dejaba de admirar a su hija, recordaba todas las veces en que su hija bailaba en su presencia, nunca importó el estado de ánimo que ella tuviera siempre al escuchar la música comenzaba a bailar. El rey lleno de esos recuerdos la mente de la princesa, esperaba que con ellos volviese a ser aquella niña qué disfrutaba sonreír.