Las pequeñas plumas de metal que llevaba el ave debajo de sus coloridas plumas volaban en dirección de la princesa cortando el aire y la corta distancia entre ellos, se vislumbraba en la mirada del ave la furia que iba en aumento en su interior.
Imelda logró esquivar unas cuantas, sin embargo una de cada tres lograban su cometido de herir la fina piel de la doncella, pese a las cicatrices que llevaba a razón de la guerra, su tersa piel seguía siendo blanda.
De pronto, una nube comenzó a oscurecer el lugar, el dragón lanzaba bocanadas de fuego con la intención de distraer y dificultar el enfrentamiento, Imelda no podía ver al ave ni a las dagas que seguían hiriéndola sin cesar; admiráblemente el ángel apareció en la escena y sin interferir directamente, derramó aceite en la cabeza de la princesa quien cayó postrada en el suelo.
El ruido de las plumas metálicas al caer en el suelo eran estrepitosas y ensodecedor, estar en el ojo del huracán comenzaba a ser un verdadero sufrimiento, con dificultad respiró profundo tratando de aclarar la mente, pues el humo no solo bloqueba su vista sino que se filtraban en su mente, los ojos lagrimaban ante tal situación; el ave, en cambio, seguía causando su revuelta impetuosa e irresponsable de sus actos ante la oscuridad.
Poco a poco el ruido fue menguando, permitiendo que la princesa recuperara la movilidad, a gatas se acercó al ave que yacía inerte ante el agotamiento e indefenso por la falta de armas, a como pudo se dispuso a arrancar las bellas plumas del pavorreal, comenzando por las más majestuosas y terminando por las más pequeñas de su cabeza.
Debajo del montón de plumas llevaba la armadura que lastimaba su delicada piel, tenía llagas por todo el cuerpo, principlmente en el corazón, su orgullo le hería cada parte del cuerpo y lo ocultaba detrás de su belleza.
Una vez que logró visualizar el broche que cerraba la armadura el Zafiro que llevaba en su corona comenzó a brillar; la princesa comprendiendo lo que sucedía acercó el Zafiro a la abertura y este logró desarmar el pobre cuerpo del pavo real.
El dragón se detuvo y junto al ángel desapareció.
Imelda empezó a tararear una canción para consolar el corazón del ave.
El orgullo siempre tiene una razón de existir una herida profunda o un miedo insoportable.