Las plumas del pavor real brotaron de manera armoniosa, comenzaron por la cabeza, un blanco reluciente, se extendió hasta el final de su cuello, de ahí comenzó un azul cielo muy claro y a medida que descendía se tornaba oscuro, asemejando al azul del zafiro, y, finalmente, el color morado degradado a lila en su magnífica cola, sin embargo, la punta llamó la atención de la princesa, ya no llevaba sólo zafiros, sino que además, le acompañaban perlas y diamantes, como si su presencia denotase algún tipo de majestuosidad, ¿Será, a caso, un simbolismo de su pureza? ¿o, a caso, representará a la plenitud de su ser?
La respiración del ave se volvía más tranquila, la princesa miraba el cielo, ya no había tanta oscuridad, había algunos rayos de luz que comenzaban a aclarar el horizonte. El amanecer solía ser la escena más esperada, sabías que tendría una nueva oportunidad de ser feliz, de hacer las cosas correctamente o de corregir lo errado.
Imelda seguía tarareando, y el ave se lo agradecería.
Un nuevo día está por comenzar.