Aquel lugar, no era más que una locación en constante cambio, tenía la forma de un corazón; sin embargo, cada dos por tres, cambiaba sus paredes creando laberintos y encrucijadas; los salones y espacios recreativos se movían con todo y visitantes; logrando que ellos avanzaran o retrocedieran en repetidas ocasiones, hasta que hallasen el modo de detenerlo, o encontraran algún pasadizo secreto que les permitiera llegar al lugar más recóndito del corazón.
Como el lugar era grande, podía albergar a varios huéspedes, siempre y cuando, los seres vigilantes los dejasen quedarse.
En cierta ocasión, hubo la posibilidad de tener a un cocinero, a un abogado y a un guerrero; y cada uno conoció a un representante de los seres. El cocinero estuvo con el pavoreal, le mostraba sus dotes alimenticios sin dejar de ser elegante; le retaba vez tras vez a superarle. El abogado coincidió con el dúo dinámico del panda y la pantera, entre la ternura y el salvajismo, el recordar y el avanzar, el luchar y el administrar; los debates constantes entre ellos era algo que le había cautivado. Y, el guerrero iba por buen camino, había quedado a la par con el pavoreal, había disfrutado de la serenidad del panda, había confrontado a la pantera, y ahora, se encontraba preso del dragón.
La princesa se hallaba impresionada al caer en una habitación llena de cámaras, observaba a todos los visitantes, incluso, podía ver a los que se encontraban en el pasadizo secreto, un par de niños que tocaban las paredes buscando la salida, estaban perdidos más no se rendían. Imelda quiso correr a alcanzar a los pequeños, pero se detuvo al notar a otras figuras más; una bebé de cabello rizado yacía en lo más profundo del corazón, junto al Rey, su Padre.
La doncella decidió seguir observando, pasaba de uno a otro con extremo detenimiento. Su mirada se profundizaba al ser consciente de las emociones que le provocaban cada uno. Era extraño sentir emoción y nostalgia al mismo tiempo; amor y resentimiento; dulzura y furia. ¿A caso no podía quedarse en uno?
Suspiró estruendosamente cuando en su mente se cruzó una interrogativa, ¿Qué hacen todos ahí? Y sin poder detenerse, las demás ideas se acumularon en diversas preguntas, ocasionando que la princesa se levantara a caminar; ¿Por qué buscan impresionar a los seres? ¿Será por ella? ¿Será porque el parque los atrapó o ellos entraron a voluntad? ¿Estarán seguros de lo que hacen? ¿Alguno se arrepentirá de estar ahí? La ansiedad por entender a los habitantes iba en aumento, lloraba, pataleaba y peleaba consigo misma, se miró en el espejo y al verse pálida, se recostó en su cama a descansar. No hallaría respuestas sin tener la mente clara.