Un amanecer en la serenidad del desierto pueden significar muchas cosas, entre ellas, la claridad de pensamiento.
Cuando hay serenidad en la mente, se logra hallar la calma en el corazón y encontrar el camino que le ha de dirigir a su destino.
La noche era fría en aquel sitio, y mientras el Rey permanecía en aquel lugar, la doncella fue dirigida a la tienda que usaba como aposento. El lío del laberinto amurallado era un enigma en ese instante, logrando que la princesa cayera en un profundo sueño.
Vez, tras vez, soñaba con aquella boda que en lo más profundo de su corazón añoraba, incluso ella se desesperaba con ese constante sueño; ¿por qué soñaba con casarse? ¿Quién sería el afortunado, o desafortunado, con quien contraería nupcias? ¿Cuál era el afán de su corazón de recordarle aquel sueño, si al final, se encontraba sola?
En algunas ocasiones se visualizaba usando un vestido pomposo como toda princesa, caminando sobre una alfombra blanca y portando su corona; en otras veces se imaginaba una ceremonia más moderna donde usaba un vestido con cola de sirena y a su vez, era en alguna playa; más el frío actual de su corazón le mostraba una imagen en las montañas nevadas portando un vestido con capa en lugar de velo.
La serenidad la llevaba a fantasear, a recurrir a su esencia más dulce y al romanticismo que desde chiquilla albergó con las historias de su Padre; sin embargo, sus vivencias en la guerra le han arrebatado esa esperanza, ¿quién tendría el valor de luchar a su lado, al mismo tiempo que se gobierna bajo la guianza de su Padre, el Rey? ¿Quién tendría la humildad de aceptar la voluntad de su Padre, al mismo tiempo que ejerce su libre albedrío?
Contraer nupcias con una princesa no es tan fácil como muchas historias cuentan; más que política o educación en los modales, el verdadero valor está en encontrar un corazón noble. Un corazón con la serenidad de ser líder sin perder la cabeza con los problemas venideros.
Serenidad para poner el bien mayor por encima del bien egoísta.