La primera persona que dejó su huella en el pasillo de la fama, fue una institutriz de mediana edad; en aquella ocasión, la princesa debatía con otra niña sobre la existencia de seres mágicos que dejaban regalos a los niños, ¿por qué seres extraños darían regalos, si su padre el rey les daba lo que pedían?
La institutriz, de manera sabia logró tranquilizar a la princesa sin herir su orgullo, y a la otra niña sin herir sus ilusiones. Obtuvo un regalo para la princesa, inventando una historia donde los seres mágicos elegían a una persona de corazón noble para llevar los regalos a los niños que supieran ser sensibles a los sentimientos de otras personas, y el día anterior, llegaron a pedirle a ella, que fuese su nueva mensajera, dado a que escucharon su discusión de ambas niñas. Así, la institutriz, les entregó a ambas un regalo, haciendo que se volvieran amigas.
En el pasillo de la fama se colgó una pintura de un salón de clases en plena temporada navideña, y desde entonces, la princesa amaba esa fecha.
A este cuadro le seguía unas zapatillas de balet, eran de talla pequeña y muy sencillos. La princesa asistió a clases de baile durante un año, tiempo suficiente para quedar marcada por ese ambiente, el ejercicio, el baile, el escenario, y las luces la dejaron extasiada de emoción. Uno de sus recuerdos más alegres, manchado con melancolía.
La segunda persona que dejó un cuadro más en aquel museo, fue un niño a quien le decían "betito", era uno de sus compañeros, sin embargo, también fue su "amor de kinder" como todo infante experimenta. Por alguna razón, ella era una romántica empedernida y salió a flote con el primer niño con el que se relacionó más. Es un recuerdo fugaz, dado a que se estaba desvaneciendo a causa del tiempo. El marco que lo adornaba tenía dibujos infantiles de corazones, más el centro tenía la imagen de dos niños comiendo golosinas en una banca.
De ahí le seguía un viejo cinturón y una bara, estaban encintados con una leyenda "peligro", el primer trauma de su niñez. Debajo de esto se hallaban dos pequeños marcos con dos cartas, uno decía la promesa de nunca usarlos, y la otra narraba el aprendizaje con aquellos artefactos 《 el corazón noble, huye de la reprimenda porque aprende con nobleza; más el corazón iracundo, lo confronta, convirtiéndolo en el único medio para aprender 》; es decir, quien se molesta por el regaño o castigo, tiende a repetir la acción hasta que es confrontado con el dolor, pero el que aprende a la primera, evita el castigo.
Continúa con la pintura de unas galletas, galletas de nata, de mantequilla, de zanahoria; cortadores y los ingredientes. Aquel cuadro representaba la felicidad y dulzura compartida, tanto con los pequeños al prepararlos, como con las personas queridas.
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Imelda recordó aquellas galletas que la hacían feliz, y pidió que se le prepararan; meditó sobre sus recuerdos y aunque seguía sensible por lo que ocurría en el laberinto, decidió escribir aquello que recordó.