Dicen que recordar, es volver a vivir; sin embargo, hay sucesos que se pierden en la mente, completamente fragmentados, convirtiéndolo en complejo el traerlos al presente. Existen heridas y traumas que son parte de la vida, aunque no siempre cumplen con su cometido de hacernos fuertes.
Imelda recordaba cada ocasión en la que dejó que le dijeran qué hacer aunque ella creyera y pensara diferente, algunas personas son incapaces de comprender que existen seres que nacen con un objetivo fijo desde la cuna: levantar una revolución.
Imelda estaba llegando a la conclusión de que ella era esa clase de persona, que había nacido con un propósito de revolucionar la vida actual, el gobierno mismo de su Padre, pero de manera distinta a la que la sociedad está acostumbrada. Sin revuelos ni armas, sin conspiraciones ni traiciones; simplemente imponiéndose con argumentos sólidos que no den espacio a contradecir; demostrar con acciones y realidades aquello en lo que cree; levantar un estandarte de cambio sin la necesidad de levantar las armas.
Dentro del laberinto los seres estaban reunidos al rededor del ángel, observando todo el caos que había quedado, daban ideas de cómo reconstruir; el dragón alegaba que era hora de levantar un muro de piedra, que nadie pudiera ingresar de nuevo, el pavoreal estaba de acuerdo siempre y cuando por dentro estuviera lleno de lujos que engrandeciera su orgullo; por otro lado la pantera quería oscuridad, para pasar desapercibido entre sus presas, estaba ansioso por cobrar venganza; más el ángel y el panda deseaban un lugar cálido lleno de luz.
La princesa salió del pasillo de la fama y se reunió con ellos, traía el rostro lleno de lágrimas; al instante todos la rodearon y la hostigaron con sus quejas y sugerencias, la doncella no tenía la tranquilidad propia de un consorte para tolerar el tumulto de opiniones, por lo que sus emociones explotaron, generando que todo el lugar se llenara de fuego. Todos los seres se alarmaron, excepto el ángel que observaba la transformación de la doncella, su cabello se volvió rojizo y de sus ojos nació un nuevo ser, un zorro bebé de dos colas con su pelaje en tonos anaranjados y mechas rojizas. El nuevo miembro comenzó a atacar a cada uno de los seres, en un sentido de defensa, el ángel se acercó y con sumo cuidado lo acarició - eres bienvenido, te llamarás kitzune y guiarás la revolución de este lugar - el bebé zorro movió ambas colas con suavidad para indicar que estaba de acuerdo.
Imelda no comprendía lo que sucedía, observaba como el pequeño zorro apagaba el fuego en algunos lugares y avivaba las llamas en otras zonas, medía cuánto se consumía y lo extinguía cuando estaba satisfecho. A final, se acercó al ángel y en su lenguaje de bebé le dio a entender que era su turno, recibió una acaricia de felicitación y brincó a los brazos de la princesa.
El ángel se levantó en vuelo y con su poder limpió todo el lugar, el dragón tuvo que esconderse detrás de una gran roca para evitar que la luz del ángel lo hiriera, y en vano fue su acción, pues sus alas se quemaron, provocando que este se enfureciera y quisiera atacar, el ángel le colocó un bozal sin inmutarse ante el ataque; y continuó limpiando - ¿Cómo desea construir su nuevo hogar, princesa? - se inclinó guiñando un ojo para darle seguridad - quiero todo el suelo de oro, con fragmentos de diamantes que decoren en forma de distintas flores - explicó y de sus ropas sacó un papel para trazar el diseño - sus deseos son órdenes - con un chasquido de los dedos del ángel, todo el lugar se convirtió en oro.
Y a medida que visualizaba el lugar, sintió que comenzaba a ser ella por decisión propia, haría de su corazón tal cual como ella deseaba.