Año 2010
Leí por ahí que los ojos son la ventana al alma. Pero en este momento, el par de ojos que no paraba de observar, no expresaban nada.
Su mirada era llamativa, diría que hasta exótica. Porque para mí, era la primera vez en mi vida que veía a alguien con ojos color violeta. ¿No le dolerán? ¿Usará gotas especiales para que no ardan? ¿Verá bien?
―¿Son reales? ―le pregunté a mi mamá.
―¿Cómo dices, Cris?
Señalé a la niña frente a nosotros. Mi obviedad llamó la atención de varios. En cambio, la portadora de toda mi atención, seguía con la mirada perdida en un punto sobre mí. Justo hacia la ventana que le permitía a la luz natural iluminar su cara. Esa mirada particular que me tenía distraído desde que le presté atención por primera vez.
Parecía una ilusión.
Tenía que hablar con ella.
Para cuando caí en la cuenta, yo ya tenía la mano extendida frente a ella y su concentración, algo aturdida al principio, bajó de la ventana y viajó lentamente hacia mí. Tuvo que parpadear un par de veces. Parecía sorprendida.
―Me llamo Cristóbal―dije―. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
―Yo... soy... eh... ¿mamá?
La niña, que probablemente tenga mi edad o un poco menos, miró sobre mí. Su expresión pasó del asombro al nerviosismo.
―Vamos Leila, es momento de entrar al salón.
Así qué Leila.
No, no miré a su mamá, ni siquiera escuché cuando la secretaria salió al pasillo y pidió a todos los inscriptos y a sus tutores, que ingresen al salón. Realmente, no podía dejar de buscar su mirada.
Es que ella era tan llamativa.
―Deja de mirar a la niña, Cris. La vas a asustar―dijo mi mamá entre susurros.
―Es que no puedo. Ella tiene ojos extraños, mami.
―¿La miras por sus ojos? ―preguntó mi mamá y enarcó una ceja.
¿Por qué otra cosa la miraría? ¿Cuántas personas en el mundo tenían ojos color violeta, morado o cómo se llamen? Eran asombrosos.
―Cristóbal, no pierdas el rumbo de tu concentración. Recuerda por qué estamos aquí.
Es cierto, no puedo perder esta enorme oportunidad. Mi futuro, el que cumpla con mi más grande sueño, dependerá de mi ingreso en esta institución. Este era el primer escalón que debía subir rumbo hacia el estrellato.
Hice mi presentación, canté, baile e incluso toqué la guitarra.
Fui evaluado por muchos especialistas, no podía leer sus expresiones pero al menos a todos los que nos presentamos nos aplaudieron.
Incluso estuve presente, en realidad a todos los postulantes nos evaluaban en el mismos salón, en la presentación de Leila. Ella no cantó ni tocó ningún instrumento, su talento estaba en la danza. Y vaya que se lució.
No obstante, todo el tiempo se mantuvo con expresión insípida. Su mirada seguía sin expresar nada. Estaba totalmente enfocada en cada uno de sus movimientos, nada más.
Después de seis horas en el instituto, al fin nos llamaron a mi mamá y a mí. Los mismos que me evaluaron me dieron sus devoluciones, las cuales escuché con mucha atención. Hubo muchas correcciones que me reproché a mí mismo y que mentalmente anoté para no volver a cometer los mismos errores. Luego lo anotaría en mi libreta.
De todo lo escuchado, esperaba con mucha ansiedad las palabras del director del instituto ADM.
―Bienvenido al Instituto ADM, Cristóbal. Será un honor tenerte como alumno el siguiente año.
Sonreía con mucha ilusión. Acababa de dar el primer gran paso.
♪
Las vacaciones de verano concluyeron al fin. Empecé las clases en la escuela hace dos semanas y volví a practicar taekwondo hace una. No he dejado de nadar ni de jugar al fútbol en las vacaciones, aun así no me sentía cansado. Estaba muy motivado desde que supe que ingresé al Instituto AMD (arte, música y danza).
El instituto era privado, mis padres tenían que pagar una cuota para mantener mi matricula. Pero al ser tantos postulantes, debían poner orden en los ingresos. Había becados, ellos debían pasar por otros períodos de pruebas para analizar si serían merecedores o no de las becas.
Observé a los demás estudiantes, la mayoría eran adolescentes de entre trece y dieciocho años de edad, los más pequeños tenían otros horarios de receso. Tenía entendido que solo en las presentaciones o actos se agrupaban todos los alumnos, niños y adolescentes.
Los nuevos estudiantes debíamos esperar en la puerta de ingreso del mismo salón por el que todos fuimos evaluados, pero seleccionados en privado.
Y es ahí cuando la vi. La niña de la mirada exótica.
No había adultos alrededor y ninguno de los demás estudiantes conversaba con ella.
Me acerqué a saludar.
―Hola, soy Cristóbal.
Nuevamente, esa mirada distraída, colorida y atrayente, dejó de mirar por la ventana para dirigirme una escaneada con cierto desconcierto.
―Leila―dijo y estrechó mi mano con la suya.
Me senté en el suelo junto a ella, con cuidado de no invadir su espacio personal.
―Seremos compañeros―dije.
Necesitaba entablar una conversación con ella. Es que su simple presencia evocaba toda mi curiosidad.
―Creo que aquí nos entregaran nuestros horarios. Mi mamá me anotó solo para danzas. Ya sabes ballet, danza contemporánea, hip-hop, tango, etc. etc. ―resopló.
―No pareces muy entusiasmada.
―Tú te ves demasiado entusiasmado―sonrió de tal manera que noté que llevaba brackets.
―¿Qué edad tienes?
―Diez años, los cumplí en enero. ¿Y tú?
―Doce. ¿Tienes hermanos?
Leila negó con la cabeza, noté un poco de tristeza en su expresión. Pregunta incorrecta.
―Podría ser tu hermano mayor―me señalé orgulloso. Después me dio vergüenza.
Leila volvió a sonreír, esta vez, dejó escapar una tímida risa.
Leila, en apariencia, lucía como una niña totalmente inocente, con sus trenzas castañas, moños y falda con vuelos. Parecía un angelito. Me recordaba a mi hermanita, ambas eran adorables.
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Editado: 10.01.2025