Estoy viendo la televisión nuevamente y leyendo el diario mientras almuerzo. Están alarmando a la gente de que anden acompañados por alguien cuando caminen y que tengan cuidado con quien hablan y a quien le dicen sus datos personales. Todavía no hay ningún indicio o rastro de los dos chicos “desaparecidos”.
Ha pasado una semana y ya tengo todo listo para mi próximo asesinato. Esta vez el desafortunado se llama Gonzalo Carrizo. Un chico perturbado, daba miedo mirarlo, tenía los pensamientos de un auténtico maníaco. Pero yo sabía que él no estaba dispuesto a matar ni a una mosca, todo lo que hacía y decía no era más que una llamada de atención. Estatura media, ojos verdes con mirada de psicópata, cabello corto y castaño, tez morena típica de argentino.
Esta vez el secuestro fue mucho más difícil de lo que esperaba. Llevo siguiéndolo durante toda la semana y no hay ningún momento en que lo pueda encontrar solo. La verdad no puedo creer que a un chico de veinticuatro años lo cuiden tanto sus padres. Sabía que con él las mujeres no funcionarían y obviamente sabía que en algún momento esto podría complicarse, pero las ganas que tengo de matar a este desgraciado son demasiadas.
Se me acaba de ocurrir una idea. Conseguí el número de teléfono de sus padres, a estas horas Gonzalo está en el Instituto de Inglés. Pasaba un chico de unos dieciséis años, le pedí su teléfono para poder enviar un mensaje y amablemente accedió. Todo esto lo hago con guantes obviamente, mejor seguro que arrepentido. Le mandé un texto a sus padres diciendo “Mamá hoy salgo un poco más tarde, vengan por mí a las diez. Gonzalo”. Le agradecí al muchacho, cuando se dio media vuelta le disparé en la cabeza. Mi arma es un revolver calibre veintidós con silenciador. Jamás voy a dejar cabos sueltos con este tipo de arma ya que ni siquiera despide los casquillos. El teléfono lo rompí y lo tiré.
Conduje hasta el Instituto, pero estacioné mi auto una cuadra antes de llegar. Si sus padres no iban por él, lo más seguro es que se fuera caminado solo para no quedar como un niño mimado delante de todos sus compañeros. Cuando emprendió el camino a su casa, vi que una chica platicaba y caminaba junto a él. No distinguí bien su cara por la obscuridad de la noche, pero se notaba que tenía el cabello largo, por eso deduje que se trataba de una mujer. Mis planes no se iban a venir abajo por una simple muchacha que debe ser igual o peor que él, después de todo pertenece a esta inmunda sociedad. Bajé de mi auto, ambos estaban tan entretenidos en su plática que no notaron mi presencia. Le disparé a ella en la pierna, él se arrodilló a su lado observando la herida; en ese momento llegué corriendo hasta ellos y con un hábil movimiento le clavé la jeringa en el cuello. A ella le disparé en la cabeza. Lo metí rápido en el baúl de mi auto y conduje hasta mi casa.
Este sujeto es al que probablemente más odio de todo ese maldito curso. Siempre molestándome; no me dejaba ni un segundo tranquilo. Cuando llegamos lo bajé del auto y lo até boca arriba, en una especie de camilla de hospital que yo mismo construí. Ahora a esperar a que despierte.
De repente un recuerdo de mi adolescencia inunda mi mente haciendo que me tele transporte hasta noveno año. Gonzalo comenzó a abrirse un poco más con todos los imbéciles del curso, pero como era obvio necesitaba dejarme delante de todos como un verdadero demente. Estábamos en taller, en una sección llamada “hojalatería”. Nuestro trabajo práctico era hacer una caja de herramientas; cuando el profesor se fue él busco una lima, de esas que se utilizan para bajar las dimensiones de materiales, como el hierro. El muy loco agarró mi mano y pasó la lima por esta, haciendo tres cortes. Inmediatamente mi mano comenzó a sangrar un poco y me ardía como los mil demonios. Agarré una tijera para cortar chapa y lo empecé a perseguir con esta, lleno de rabia. Yo no había hecho nada ¿Por qué tenía que venir él a molestarme sin ninguna razón?.
Fue entonces cuando me di cuenta que la profesora de la sección de al lado nos miró, me quitó la tijera de un tirón y comenzó a gritarme:
-¡¿Pero qué es lo que pasa?! Con esto no se juega, podrías haberle hecho daño a tu compañero. Díganme que fue lo que pasó.
Le conté todo lo que había sucedido. Como me esperaba todo el curso me hecho la culpa a mí. Dijeron que era un psicópata, un loco, un perdido y que además yo mismo me había lastimado con la lima para luego echarle la culpa a Gonzalo, mientras me reía como un verdadero lunático… me llevaron a la dirección y me pusieron una sanción, además llamaron a mi madre. Cuando expliqué lo sucedido en casa ella no me creyó; dudo que mi padre también me creyera, pero dijo unas palabras que me tranquilizaron de inmediato: