Estoy en mi auto escuchando la radio. Suena una canción que para mí es bastante conocida. Me trae recuerdos de mi adolescencia. Yo en mi habitación, solo y un silencio absoluto. Sentía esa canción en cada fibra de mi piel, con los auriculares puestos. Pocos momentos de felicidad. Me hubiera gustado ser cantante, me hubiera gustado ser querido por los demás. Soy un tonto por soñar y tener expectativas tan altas. Ni siquiera canto bien y nadie me quiere. Así de simple es mi cruda realidad. La canción suena, está en inglés, por suerte la entiendo. Dice que es divertido perder y pretender, y es a lo que exactamente se refiere mi pensamiento. A veces, por muy alto que pongas la música, solo puedes oírte a ti mismo.
Este chico está tardando una eternidad en salir de su casa. Para mi suerte esta calle es tan oscura como mi alma. Oscura. Sin remordimientos. Con muchas ganas de que corra sangre por mis manos. Estoy demasiado ansioso, han pasado dos semanas desde que maté a esa golfa. Quiero que mi casa se llene de gritos, de súplicas, quiero volver a tener a un infeliz indefenso mientras yo hago lo que se me plazca. Demonios, está tardando demasiado en salir de su casa. Creo que llegue un poco temprano por él.
Por fin, ha salido de su protección. Ahora está indefenso, lo tengo servido justo como yo quería. Se está dirigiendo a su auto para ir a un partido de Handball. No, no, no, de ninguna manera desgraciado. Esta vez tu equipo va a tener que buscarte un suplente. Mejor dicho que te vaya buscando un suplente para siempre, ya que nunca volverás a tocar una sola pelota. A menos de que en el infierno también jueguen ese estúpido deporte. Hoy vas a reunirte con todos esos infelices. De seguro escuchaste sobre sus muertes, te estás haciendo el valiente pero muy dentro de ti estás temblando de miedo, estás deseando volver el tiempo atrás. Pero es muy tarde, demasiado tarde para olvidar rencores y para perdonar. Ahora es mi momento y voy a aprovecharlo al máximo.
Me dirijo hacia él. Cuando está por ingresar a su vehículo, logro interceptarlo. Mismo método, misma victoria para mí. Sé que es un poco peligroso haberlo secuestrado cerca de su casa, pero estoy seguro de que nadie me vio. Esta vez dejé un mensajito en la escena del crimen, una pista para que no esperen ver con vida a nadie. ¿Recuerdas Diario al riquillo? Me encargué de dejar su remera justo en el lugar donde secuestré a este inútil. Está estaba llena de sangre y tenía un poco de cerebro desparramado.
Quiero llegar a mi casa, aunque ya estoy un poco más tranquilo. Nadie va a poderse meter en mi camino. Esta noche es de fiesta, voy a brindar solo en mi casa porque por fin, después de dos semanas insufribles voy a vengarme.
Te estarás preguntando mi querido Diario ¿A quién llevas esta vez en el baúl de tu auto Daniel? Bueno estoy muy ansioso por responderte que se trata de Luciano Lampiris. Y aquí viene tu otra pregunta ¿Qué es lo que te hizo este muchacho? A lo que voy a responderte con una historia, esta vez un poco más corta que las otras. Pero con el mismo odio e incluso yo diría un poco más, porque lo que me hizo este desgraciado es algo totalmente aturdidor. O mejor dicho desconcertante, porque no hizo nada. Esta, es una de las únicas veces, donde no hizo falta hacer nada para merecer todo mi odio. La nada, el no hacer nada, eso es lo que me molesta. Porque me hubiera preferido que me golpeara, me insulta, se riera de mí a mis espaldas, que aunque sea me hubiera puesto un apodo ridículo para que todos se burlaran de mí, pero no. Se quedó quieto sin hacer nada.
Se dedicaba a estudiar electrónica, hablar de electrónica y hacer dispositivos electrónicos. Esa era su vida. Bueno además de jugar ese estúpido deporte llamado Handball, como odio ese deporte; pero ese es otro asunto. Tenía un cuerpo atlético, estatura media, ojos marrones, piel morena y cabello castaño. Era malo en literatura, cada vez que lo imaginaba tratando de entender el cuento “El Gato Negro” de Edgar Allan Poe, yo estallaba en carcajadas. Sin embargo todos lo creían un superdotado, el único cerebrito del curso. Pero yo sabía que no era así. En mi vida he tenido mucho silencio. Nunca tuve a nadie con quien hablar en la escuela, excepto conmigo mismo claro está. Por ese motivo siempre observaba a los demás. Yo observaba todo y un día observando a Luciano descubrí que sacó un papel en medio de una prueba. El profesor no lo vio o por lo menos quiero creer que no lo vio. De una manera muy descarada copió todas las respuestas en la hoja. Cuando las entregaron ya corregidas, él tenía un diez excelente. Un diez injusto. Un diez deshonesto, según mi punto de vista. En ese momento, aprendí que no todo es lo que parece. La palabra “inteligente” abarca muchos sentidos, en su caso este chico no tiene una pizca de inteligencia comparado con migo.
Luciano Lampiris no hacía nada, ni siquiera me miraba. Llegué a pensar que creía que yo no era de su curso, que ni siquiera estaba enterado que tenía un compañero llamado Daniel Montenegro. ¿Acaso tanto cuesta defender a una persona? ¿Cómo alguien puede estar tan tranquilo mientras a otro sujeto lo están moliendo a golpes?