La locura, ¿Alguna vez te hablé sobre la locura querido Diario? Me parece que no. Hoy me desperté pensando en ese tema que envuelve tantas reflexiones y opiniones, pero ¿Qué es estar loco? Según dicen los que saben, la locura es la privación del uso de la razón o del buen juicio, está vinculada a un desequilibrio mental que se manifiesta en una percepción distorsionada de la realidad, la pérdida del autocontrol, las alucinaciones y los comportamientos absurdos o sin motivo. La locura está también relacionada con la demencia, un término de origen latino que significa “alejado de la mente”, esta enfermedad consiste en la ausencia o pérdida de las funciones cognitivas, y generalmente impide la concreción de las actividades cotidianas. Por otro lado, para mí la locura tiene un significado totalmente diferente.
Mi padre me contó la historia de un escritor que relató la historia de un hombre el cual vivía en un mundo fantástico y lleno de alegría, había seres que lo amaban por cómo era y nadie se atrevía a juzgarlo. Era el sitio perfecto. El tema en toda esta historia del escritor, cuyo nombre he olvidado por el paso de los años, es que cuando leyeron su espléndido poema creyeron que estaba loco. ¿Loco por qué? ¿Por inventar un mundo donde era feliz? Me parece que a muchos nos gustaría unirnos gustosos a la locura en su círculo ambicioso de felicidad, donde todo es perfecto y somos felices. En lugar de eso, nos enfrentamos a la cruel realidad y descubrimos que es como si nadáramos en un lago congelado; y sintiéramos que todas las fibras de nuestra piel están siendo pinchadas por una aguja. ¿Qué es mejor estar loco o cuerdo? Una decisión un tanto difícil y fácil al mismo tiempo. No se la respuesta, pero espero al final del camino poder encontrarla.
Es bueno reflexionar sobre estos temas de vez en cuando. Antes de irme a dormir siempre pienso en pequeñas cosas a las que no les prestamos demasiada atención pero igualmente las hacemos o vivimos con ellas, por ejemplo escuchar una canción que no traiga buenos recuerdos, el olor de la gasolina, esperar a que suene el trueno después de ver el rayo. Todas estas son cosas que hacemos o que simplemente están ahí y no nos damos cuenta.
Últimamente estoy aprovechando de las pequeñas cosas. Soy feliz, más feliz que nunca. ¿Será porque estoy loco? ¿Quién dijo que estoy loco? ¿Yo pienso que estoy loco? No, de ninguna forma, ese tema ya lo dejé de lado. Soy feliz y punto. No pienses Diario que en una semana cambié totalmente, que soy bondadoso, generoso y amable. No, eso no cambió en absoluto. Puedo demostrártelo. Una prueba sencilla es que tengo a un miserable atado en la “habitación de la tortura”. Mejor, voy a dejar de reflexionar tanto y voy a contarte el secuestro y la historia de este desgraciado, luego te explicaré como voy a mandarlo al otro barrio para finalmente poder contarte como todo salió perfecto. Mis planes nunca fallan. El destino está de mi lado y la vida me sonríe, no podría desperdiciar esta oportunidad.
Primero y principal el nombre del infeliz es Gaetano Ramírez, un tipo al que le gusta jugar al básquet, por lo tanto es alto; tez morena; cabello negro y un poco enrulado; presumido y arrogante. La razón que me llevó a querer vengarme de él, esta vez no es un suceso en concreto; sino varios que se fueron extendiendo a lo largo de mi horrible estadía en la secundaria.
Todo comenzó una tarde de insoportable calor del seis de marzo del año 1997. Comenzaba tercer año de secundaria, un nuevo año; pero esta vez había una gran diferencia. Si me dejas relatarte resumidamente voy a explicarte porque. Cuando doscientos cuarenta y cinco alumnos quieren ingresar a tu escuela en octavo año no vas a meterlos a todos juntos en un salón porque es imposible que se pueda enseñar algo en un ambiente tan estrecho y más aún cuando está lleno de pre-adolescentes revoltosos y con las hormonas por las nubes. En lugar de eso, como director lo más conveniente es crear divisiones, en mí escuela eran cinco: primera, segunda, tercera, cuarta y sexta. Sí, al parecer al crear las secciones se olvidaron de la quinta y pasó a ser sexta. A mí me tocó la sexta división. Cada una estaba destinada a distintas especialidades que se definían en tercer año. Primera, segunda y tercera se dedicaban a estudiar electromecánica, mientras que cuarta y sexta construcción. El problema en todo esto es que al pertenecer a sexta división y llegar a tercer año te preguntaban qué era lo que querías seguir estudiando, si construcción o electromecánica. A pesar de que sabía que la mayoría de mis compañeros iban a elegir electromecánica y no construcción podría llegar a tener la suerte de que me tocara con los más tranquilos. Es decir, a los treinta y cinco alumnos que estábamos en sexta división nos repartían en las otras dependiendo la modalidad de estudio que eligiéramos. Espero que haya quedado claro Diario.
Me tocó tercera división, a mí y a otros ocho inútiles. Entre los cuales se encontraban los peores desgraciados. La razón por la que había una gran diferencia entre ese nuevo año y los anteriores es que esta vez iba a conocer por segunda vez a gente nueva, iba a tener nuevos compañeros y esa idea no me agradaba nada en absoluto. Estaba temblando y mi madre me sacó a la fuerza de la cama. Me sentía raro, ya no daba más, demasiado tenía que soportar a los otros treinta y cinco idiotas como para que ahora se sumaran treinta y tres imbéciles a los que agregar a mi lista. Me parecía imposible. Mi peor pesadilla hecha realidad. Por eso Diario tengo mucho que hacer, si me pongo a sacar cuentas la mayor parte de mi vida me la voy a pasar matando. En fin, un nuevo, año, nuevos compañeros, nueva tortura, conclusión o acabo con ellos o acaban con mi vida. Así de simple.