Noviembre 18, 19...
Esta noche he sentido que la vida no conspira a mi favor. Y creo que nunca lo ha hecho. Pero recién ahora, mientras veo el amanecer desde la ventana de mi pequeño dormitorio de pensión, tengo el valor de aceptarlo.
Tanto o más doloroso como aquella primera noche de Luna Llena, esta noche me he convertido y a paso mucho más lento y accidentado de lo que me hubiese gustado, he llegado hasta su casa.
Estuve tentado de mirar al cielo y agradecer por el hecho de que la casa de Mew esté al final de una calle apartada, más cerca del bosque y de la playa que de otras casas.
Pero esta noche, esa suerte no me ayudó. La primera decepción fue descubrir el símbolo pintado en su pared: un disco solar dorado. El símbolo de las familias que odian a los cambia formas. Y la segunda decepción, mi olfato me avisó que Mew no estaba solo.
Debería haberme ido pero no lo hice.
Agazapado -escondido como siempre cuando se trata de amor- contemplé con mis ojos rojos de lobo, las figuras desnudas de Mew y su hembra, a través del ventanal.
Temblando, a pesar de mi grueso y blanco pelaje, no de frío sino de rabia, me quedé allí.
Mis oídos casi sangraron cuando escuché sus gemidos.
Y tuve que recurrir a todo mi auto-control, cuando al amanecer, la hembra se despidió de Mew con un beso en la boca, en el portal, y se alejó en un automóvil que la esperaba.
Nunca odié tanto un beso. Nunca odié tanto a Mew.¡Nunca me odié tanto como en aquel momento!
Ahora mientras amanece, mi cuerpo humano otra vez, adolorido, casi enfermo, agarrotado parece no querer hacer caso de mi odio. Y lo desea más de lo que nunca lo había deseado.