Febrero 2, 19...
He estado distraído todas estas mañanas, en el puerto, en mi nuevo trabajo: descargando cajas y cajas repletas de pescado.
Es un trabajo que no muchos logran soportar. Y es un trabajo que un cambia formas jamás aceptaría. Pero descubrí que el olor nauseabundo del pescado es tan fuerte que se me queda impregnado en las fosas nasales y perdura incluso cuando han pasado horas.
Llega incluso a doler y varias veces me ha hecho sangrar la nariz. Pero sirve a mis propósitos: evitar buscar el olor de Mew. A los efectos prácticos, es una solución maravillosa, pero a mi alma no le hace ningún bien.
No sentir el olor de Mew es como estar muerto en vida.
A veces, me hallo llorando, desconsolado, en un rincón de mi dormitorio. Me envuelvo en mis propios brazos y trato de consolarme.
"Tranquilo, Gulf, ya pasará."
Pero el llanto y la desesperación sólo ceden cuando imagino que son los brazos de Mew los que me envuelven. Y se acaban cuando me prometo que al amanecer saldré a buscarlo.
Pero apenas sale el sol no soy capaz de cumplir mi promesa porque mi lobo me hace acordar de aquel desdichado beso. Y lloro otra vez. Y entonces el día, a pesar de mostrarse soleado, se me vuelve más oscuro que la noche que acabo de transitar.