Diario de un criminal

VEINTIUNO

Veintiuno

23 de mayo del 2003

Ya todo está listo para que salga con mi princesa, desde la ropa hasta lo que planeo hacer con ella… quiero que se enamore de mí y lo voy a lograr, pero para ello necesito acabar con algo que me estorba primero.

Bajo lentamente las escaleras al sótano de mi casa el cual es mi habitación por lo que está demasiado ordenado. Recorro el espacio con tranquilidad hasta llegar a la puerta que utilizó para llegar a Eduardo, el cual esta tendido en una habitación contigua a la mía; en ella mi padre reparaba la maquinaria de su trabajo por lo que me quedé con todos sus materiales.

Veo a Eduardo en la misma posición en la que lo deje y hago una mueca de asco automáticamente, esperaba que ya estuviera muerto.

Hace dos días le hice unas 5 incisiones en el tronco de aproximadamente 15 o 20 centímetros de profundidad y lo deje ahí, amarrado, esperando que alguna rata viniera con la intención de masticarle el intestino o para que simplemente muriera desangrado o por las claras infecciones que tienen sus heridas. Al parecer dura mucho para morir.

Tomo un guante de látex de una caja que hay en la mesa junto a mis juguetes para sin pensarlo mucho introducir dos dedos en la herida más cerca de su pecho, ya no grita como en los primeros días, ahora solo se queja en silencio; dejo de quejarse cuando jugamos con los cables de la electricidad y la bañera.

Ignoro sus suplicas y meto más mis dedos.

- ¿No te gusta, cierto? – le pregunto cuando saco los dedos de su lesión – ese dolor es poco comparado al mío, Eduardo. Quiero que lo tengas muy en claro.

Tomo de la mesa un pequeño frasco de sal y otro de limón, esa ha sido nuestra rutina, vengo a torturarlo mientras él se dedica a rogar por su muerte. Cuando el jugo de limón toca su cuerpo grita como no lo ha hecho en estos días y se retuerce en la silla.

- Ya... mátame – suplica

- Créeme, lo haré… de hecho, estoy por hacerlo.

Tomo un cuchillo de cocina que de un tiempo a acá es mi mejor amigo y voy a la parte trasera de la silla.

-¿Últimas palabras? – le pregunto poniendo el filoso utensilio en su rostro.

-Quiero que sepas – dice como puede – que Margot es más de lo que ves… mucho más de lo que ves, puede llegar a ser toda una golfa y no sabes…

Corto su rostro para hacerlo callar. No quiero que blasfeme más en contra de mi adorado sol.

- ¡No es una santa, Edén! – se ríe un poco – y nunca te va a hacer caso, porque le gustan los hombres… no los niños.

No pienso mucho cuando rebano todo lo que puedo su cuello, aunque de manera lenta y tortuosa, escuchando todos los gemidos y exclamaciones morir en sus labios mientras la vida abandona poco a poco su ser. Le toma un mísero minuto morir completamente así que aprovecho y lo miro a los ojos cuando estos se llenan de miedo y tristeza por la vida que perdió; sin importarme mucho la sangre que brota a montones de su cuerpo me acerco a él lo más que puedo y le susurró al oído.

- Nadie se interpone en mi camino, idiota. Nos vemos en el inferno.

Y fueron las últimas palabras que escuchara en su maldita vida.

Salgo de ese lugar con el hediondo aroma de su sangre impregnado en mí así que me doy una ducha y tiro mi ropa, no es como que alguien sepa que la tire pero aun así lo hago. Alcanzo otra de las hojas en mi escritorio y me preparo para escribirle a mi Margot, como siempre lo hago.

23 de mayo del 2003

¿Sabes Margot? Es emocionante saber que mañana estaremos juntos al fin, o al menos es un inicio para lo que puede funcionar y no lo arruinaré, lo juro por la vida de mi madre que es lo segundo que más amo en esta vida (lo primero eres tú).

Es momento de poder ser felices, mi amor.




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