Diario de un criminal

VEINTICUATRO

Veinticuatro

30 de mayo del 2003

Recibo a mi madre con una sonrisa como todos los días, pasa a la sala y le quito lo zapatos, me habla de su día y no hago más que escucharla atentamente desde la cocina mientras sirvo los platos y los llevo a la mesa. Ella agradece mi esfuerzo como hijo y que entienda lo cansada que llega diariamente y yo agradezco que ella trabaje tan duro para poder salir adelante.

Cuando mi madre termina a de cenar llevo los platos al lavabo y los lavo mientras ella toma sus zapatos y me da la buenas noches desde la escalera. Entiendo que ella no haga mucho al llegar, mañana tiene que levantarse de nuevo a las cinco de la mañana para ir a trabajar.

Me aseguro de que duerma y tomo otro plato de comida dirigiéndome al sótano, es tiempo de que Margot coma. Al llegar mi amor me recibe con pánico en sus ojos, está en su cama (le puse una al igual que un baño, un escritorio con papeles y crayones y varios posters pegados a la pared) me acerco a ella y me siento a su lado en la cama.

-Amor – empiezo – voy a soltarte para que comas, como en los otros días. Tienes que comportarte.

Ella asiente con la cabeza y suelto sus manos y su boca. Come lentamente, es muy sumisa y eso me gusta, ya lleva tres días aquí y no ha hecho ningún alboroto.

- Bien cariño, ahora te dejare ir al baño, ya tienes tu ropa adentro.

Espero a que salga de hacer sus necesidades pero siempre midiendo el tiempo ya que tengo que quitarle la cadena para que pueda bañarse bien. Es algo complicado aún, no me habla para nada pero tampoco se aleja de mi si la toco o la ayudo a comer. ¿Qué pasará con ella?.

Cuando los quince minutos se cumplen abro la puerta y ella ya está completamente vestida, ya sabía que iba a abrir este como este. Dejo que pase primero y se acuesta en la cama una vez más, vuelvo a amarrarla.

- ¿Cuándo me mataras? – susurra, es lo primero que me dice y fue un golpe bajo.

-Nunca – le susurro en respuesta y ella solo asiente. Dejo un beso en sus labios antes de amordazarla y me acuesto junto a ella.

- Tendré que matarte yo, entonces – es lo último que escucho.




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