13 de marzo del 2002, me encuentro atrapado en el palacio presidencial, rodeado por una facción rebelde del ejercito y por un pueblo furioso, a la espera de que mi cabeza sea reclamada como premio y que, de esa forma, se le de un final a mi mandato.
No me queda nada más por hacer, sé perfectamente que la muerte está aguardando por mí, soy consciente de que este es mi último día en la tierra, y es por eso que, al final de mi vida, he decidido escribir este diario, con el único proposito de que mi legado no quede en el olvido, o tal vez lo haga por el simple capricho de tener un último confidente en el epílogo de mi grandeza.