15 de julio del año 2000
Muchas veces me he repetido a mí mismo que cambiar de ambiente es lo mejor para mí, después de la muerte de mi madre me ha costado mucho apartarme, pero finalmente tome la decisión, he comprado una hermosa casa estilo colonial, no es demasiado grande ni ostentosa, pero siempre he tenido un gusto algo particular para escoger los lugares y este en especial es como si hablara conmigo.
Recuerdo que cuando era pequeño, un día mi madre entro muy alterada, habían encontrado muerto por un infarto a un vecino a tres casas de la nuestra, el olor era nauseabundo, nadie se había percatado de su ausencia, solo el olor lo delató, de no ser así hubiera pasado su muerte, tal como pasó su vida, completamente desapercibida. Cuando la policia entro a la habitación una jauría de moscas salió por la puerta, retiraron el cadaver y por mucho tiempo el lugar estuvo sin habitar, olvidado como su último residente.
Recuendo que un día mi madre me dijo con voz dulce, hijo debes aprender, un lugar en el que ha muerto una persona nunca podrá ser por completo de los vivos, siempre quedan sombras, la esencia de la vida, o el alma de la persona si prefieres llamarlo así, nunca se podrá vender, solo se le puede pedir prestado a las sombras que habitan en el, es por esto que no será fácil que ocupen ese sitio nuevamente, los muertos son posesivos y más si no se les pide prestado el espacio, te aseguro que ellos mismos se encargarán de sacarte, advertirte o en su debido caso algo peor para proteger lo que consideran suyo.
En aquel entonces las palabras de mi madre me parecías lejanas, vacías y algo fantasiosas, cargadas de las historias locales y las supersticiones propias de los adultos, pero me daría cuenta que siempre tras esas palabras hay una historia, que cuenta una verdad, por más escabrosa que parezcan, sus palabras estaban cargadas con la sabiduría de alguien que sabe de la vida y solo el tiempo me enseñaría a dales el valor que merecían. Para cuando las entendí ya era demasiado tarde.