Diario de un gato

Snowflake

Si había algo que Dan amaba con pasión era febrero, el mes con más nieve en Nueva York.

Y también el chocolate que su madre solía preparar para hacerlo entrar en calor después de pasar tanto tiempo jugando en la nieve.

A partir de noviembre, la nieve comenzaba a besar cálidamente la ciudad. Arropaba los árboles con un hermoso manto blanco. Ver los pequeños copos de nieve caer desde el cielo lentamente hasta sus manos para derretirse y dejar una gota de agua era un espectáculo que Dan disfrutaba admirar.

Contaba los días y tachaba los meses en el calendario, deseando que el tiempo avanzara más rápido para poder armar muñecos de nieve y jugar a las guerras con los demás niños de la calle.

– ¿Puedo salir a jugar? – preguntó Dan. Estaba sentado en el comedor, meciendo los pies de arriba abajo.

– Saliste a jugar ayer – respondió su madre. Estaba de pie frente a la estufa, con una olla en el fuego. A su lado había dos cartones de leche y dos tablillas de chocolate.

– ¿Y qué tiene? Si no juego hoy la nieve se derretirá.

– Dan, la nieve desaparece a principios de abril – se giró a ver a su hijo, mientras vertía el primer cartón de leche. Volvió a prestarle atención a su actividad para abrir el segundo cartón.

– ¿Y por qué mi hermana sí puede salir a jugar en la nieve y yo no? – Se cruzó de brazos, mientras hacía un puchero. Sintió que las lágrimas inundaban sus ojos, pero no debía llorar. Aún no tenía una buena razón para hacerlo.

– Tu hermana salió a comprar pan dulce para acompañar el chocolate. Si hubieras aceptado acompañarla ahora mismo estarías fuera, abrigado con tus botas pisando la nieve. Pero quisiste quedarte.

– Porque yo quería jugar, no ir por pan.

– ¡Ya llegué! – gritó su hermana Evelyn, mientras se quitaba las botas, colgaba su gorro y la bufanda en un perchero de madera. Alzó la bolsa de papel que traía en la mano –. ¡Había muchísimo pan para escoger! Y todos lucían apetitosos, así que traje uno de cada uno… o bueno, los tipos de pan que el dinero me permitió comprar.

– En unos minutos estará listo el chocolate. Evelyn, por favor, ve colocando las tazas en la mesa. Dan, en cuanto hagas digestión podrás salir a jugar siempre y cuando te acompañe tu hermana.

– Ya estoy grande, soy todo un hombre y no necesito que ella me cuide – respondió, molesto.

– Tienes siete años, claramente estás lejos de ser un hombre – respondió Evelyn, con una sonrisa, mientras salía de la cocina con cuatro trazas en las manos –. Además, que yo sepa, los hombres no se orinan en la cama…

– Bueno, bueno. Que tenso está el ambiente aquí –. El padre de Dan y Evelyn era alto y fornido. Su cabellera era de un castaño tan oscuro que a veces daba la impresión de ser negro como la noche –. ¿Qué está pasando?

– Dan está haciendo berrinche, otra vez – dijo Evelyn, con menos interés del que sus palabras podían expresar.

– ¡No estoy haciendo berrinche! – Dan casi gritó, pero moduló su tono de voz para que no lo fuera.

– ¿Ves?

– ¿Y por qué está haciendo berrinche?

– ¡Que no estoy haciendo berrinche!

– Quiere salir a jugar con la nieve.

– ¿Y cuál es el problema? – preguntó su padre, mientras se sentaba en la mesa y tomaba la taza para observarla. Tenía una imagen animada de Santa Claus con un costal al hombro.

– Mamá le dijo que cuando haga digestión puede salir a jugar.

– ¿Y qué vamos a almorzar? – se acercó a su esposa, le dio un beso en la melena rubia y aspiró el olor de la cocina –. Chocolate.

– Quiero salir a jugar – manifestó Dan. Su hermana lo ignoró y prestó completa atención a su celular.

– Pues sal a jugar – le dijo su padre – cinco minutos. Y contando.

En cuanto escuchó esas palabras, Dan se levantó volando de la silla, se lanzó contra el perchero para tomar su chamarra, gorro y bufanda. Se calzó sus botas para la nieve y salió corriendo.

Evelyn observó a través de la ventana como los pies de su hermano se enterraban en la nieve y como perdía el equilibrio. Se rio, un poco burlona para después darle like a la foto de su crush.

No había niños fuera con los que jugar, pero eso no fue impedimento para que Dan se divirtiera. Con su familia había hecho muchos muñecos de nieve. Eso sí: ninguno había quedado como el de sus sueños. Al menos lo intentaban.

Se quedó en el centro del patio y observó a su alrededor, analizando con mucho cuidado para elegir el lugar en el que haría su muñeco. Se giró hacia la puerta de su casa e imaginó a dos escoltas congelados, protegiendo la casa de cualquier intruso y escupiendo dardos de nieve.

Decidido a construir sus guerreros, se acercó para empezar a formar la primera bola de nieve que sería el cuerpo del primer guerrero.

Para otros niños era aburrido y cansado, pues era una actividad en la que se iba de un lado a otro por más y más nieve. Dan siempre lo disfrutaba y se motivaba cuando veía que poco a poco su arte iba tomando forma.

Un poco de nieve de aquí.



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En el texto hay: mascotas, gatos, amor

Editado: 20.12.2021

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