Diario de un gato

Felix y su mansión de cartón

– ¡Mira, mami! ¿Ya viste sus ojos? ¡Son azules como mi carretilla!

La espera había sido de tres meses. Para el pequeño Tobías el tiempo avanzó en cámara lenta. Sentía que enloquecía con cada segundo que avanzaba y era aún peor cada vez que miraba el reloj para llevar la cuenta de lo que faltaba para que terminara el día.

Tobías, tiempo atrás, había manifestado un inmenso interés por tener una mascota, sin embargo, su madre nunca quiso ceder ante su insistencia, pero no tuvo otra opción cuando Tobías abrazó un gato de la calle que no quiso soltar hasta que este no le la lanzó un zarpazo en la cara para que lo dejara en paz. Tobías lloró, no tanto por el dolor, si no porque se había encariñado del gato en menos de un minuto.

Si, el gato solo soportó estar en sus brazos menos de un minuto antes de agredirlo y aún así no le guardaba rencor.

Cuando su madre le contó a Paty lo que había sucedido entre el corto encuentro de Tobías y un gato callejero, su amiga le dio la gran noticia de que su mascota Alice, una gatita de color gris de ojos color azul, estaba a días de dar a luz a su primer camada, y que con gusto podría regalarle a Tobías uno con la condición de que lo atendiera y cuidara de él.

Tobías no podía con la emoción. Ese día corrió de arriba abajo, subiendo cosas que pensaba le serían de utilidad para adaptar su cuarto para su compañero peludo. “Este cojín del sofá que papá no quiere para que sea su cama. El único biberón que guardó mamá para darle leche. Una jerga por si se orina y no dejar evidencia para que no nos regañen.”

– No te apresures, Tobías – dijo su madre, mientras veía a su hijo con una amplia sonrisa –. Aún no nacen.

– ¡Ella dijo que en estos días! – En el mueble de la pantalla había un peine que seguramente era de su padre. La tentación por tomarlo y subirlo a su cuarto para su mascota era mucha, pero el regaño que le darían por tomar cosas que no eran suyas no sería muy bueno.

– No pueden separarlo de su mamá por lo menos en tres meses – Tobías se giró a ver a su madre, desilusionado – debe pasar tiempo con ella, lo debe alimentar y enseñarle a ser un buen gato antes de que se una a nuestra familia. Por lo pronto, debes esperar pacientemente, ¿sí? – Tobías asintió. Ante la respuesta, le dio la espalda y se dirigió a la cocina a preparar la comida –. Por cierto, que esto quede entre nosotros. No le digas aún nada a tu padre. Prefiero ser yo quien le dé la noticia.

Cuando llegó el gran día no podía estar tranquilo, ni podría permanecer en un mismo sitio por más de cinco segundos.

El timbre de la casa sonó, su madre se secó las manos con una toalla y salió a recibir a la visita.

– ¡Hola, Paty! Que gusto me da verte. ¡Tobías! – Cuando escuchó su nombre estaba en la habitación, acomodando el cojín del sofá que nadie había reclamado. Bajó corriendo, sujetándose fuertemente del barandal.

Paty tenía una gran cabellera castaña sujetada por detrás, pero no le prestó atención a la mujer en sí, si no a lo que llevaba en las manos: cargaba una enorme caja de cartón.

– Hola, Tobías. Lo que te prometí – le dijo, mientras se acercaba a él y bajaba la caja –. Perdón por la caja, Maggie, ya sé que está demasiado grande para el gatito, pero no encontré otra más pequeña. El lado bueno: le pude adaptar un pequeño arenero dentro.

– Siempre tan creativa – respondió la madre de Tobías.

Cuando miró al interior se quedó congelado. No de miedo, si no porque no podía creer lo que había dentro: era un pequeño gatito negro. Era blanco de la parte del hocico y en medio de los ojos. Su nariz era rosada, y en cuanto vio a Tobías se quiso esconder en una pequeña manta con la que seguramente lo acobijaron

– ¡Se parece al gato Felix! ¡El del comercial! ¡Es un actor! – No le quitó los ojos de encima y se cuestionó que tan bueno sería agarrarlo y que tan rápido tendría que reaccionar en caso de que también quisiera arañarle la cara como el gato que prefería no recordar.

Tobías se quedó con su gato en la sala, jugando con él con un pedazo de estambre que se había encontrado en el cuarto de sus padres.

– ¿Ya le comentaste a tu marido? – preguntó Paty, con una taza de café en la mano.

– Ya, y no le agradó mucho la idea – respondió Maggie –. Por un momento pensé en no decirle nada, pero es imposible mantenerlo en secreto.

– Tranquila, en cuanto vea a Felix quedará maravillado. Las mascotas siempre llegan a darle al hogar esa alegría que a veces puede hacerle falta a toda la familia. Hey, Tobías, ¿sí se llama Felix, verdad? – Tobías respondió que sí sin voltear a verla.

Pasó un rato más en casa antes de retirarse, no sin antes decirle a Elías:

– Recuerda atenderlo, alimentarlo, limpiarle su arenero y darle mucho amor. Estoy segura que serán la mejor compañía el uno para el otro – le tendió una bolsa de plástico con croquetas. Cuando Paty caminaba en dirección a la puerta se giró nuevamente hacia él – Por cierto, a Felix le encanta comer.

Felix tardó un poco en entrar en confianza, pero en cuanto se dio cuenta que los dos extraños no tenían malas intenciones se dejó acariciar. Tobías lo sacó de la caja y dejó que explorara su nuevo hogar.

– Esta es la cocina – le dijo Tobías a Felix. Después señaló la estufa –. Mamá dice que la estufa solo la pueden tocar los adultos, así que no vayas a tocarla. En esta mesa nos sentamos a comer, ¡no se te ocurra dormir aquí! Esta es la sala, y esa cosa grande que ves en la pared es una tele, ahí me pongo a ver mis caricaturas cuando llego de la escuela. ¡Y ahí sale el comercial en donde sale un gatito igual a ti! ¿O eres tú?  – Tobías ni se había dado cuenta que Felix no le prestaba ni un poco de atención.



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En el texto hay: mascotas, gatos, amor

Editado: 20.12.2021

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