Notas de Raslyl: Parece que las personas han sido testigos de los milagros del amo Ripper, nosotros tenemos que seguir camino hacia la Nación de Órohme últimamente ha habido ataques y lady Kinder nos ha mandado a llamar para solucionar un curioso problema.
Tiempo:
9:55 am, 30 de noviembre de 1944.
Lugar:
Tercera barricada del ejército del Emperador Dutur Toleszo, a trescientos kilómetros del Condado de Matavcaba, Continente Ranmer.
—Luego de quedar inconsciente —confesó Taran—, desperté a la hora por una de las vecinas, corrí hacia la casa de Naroba y tuve que decirles a sus padres lo que había ocurrido.
—Que horrible —dijo Shakelim aun atónita por la historia que acababa de relatar Taran Dokitroy.
—¿Y luego qué ocurrió? —pregunto Mull mirando con seriedad a Tara, Effru aun estaba sentado prestando mucha atención al relato del hombre de ojo blanco y negro.
—Después… —dijo Taran mirando hacia el techo y soltando un prolongado suspiro—, después de eso, jamás volví a ver a Naroba, la buscamos por años, aun después de que se fueran sus padres, yo la seguí buscando para cumplir su sueño de tener una familia.
—¿Y alguna vez tu cumpliste su sueño? —preguntó Raimundo.
—Tampoco lo hice —dijo Taran negando con su cabeza—, solamente quería encontrarla para formar una familia y si ella no quería al menos quería intentar acompañarla, pero no pudo ser… era el destino, mucho tiempo después logré comprender y culpar a Narelam de esto, supongo que no era lo correcto, pero a mi me hizo sentir bien enfadarme con su dios. Esa es la razón por la que odio a Narelam —concluyó de contar Taran.
—Siento mucho tu perdida Taran —dijo Shakelim, acostándose en su hueco de tierra llenándose un poco de tierra, pero eso no le impidió quedarse dormida en el acto.
—Yo también lo siento señor Dokitroy —dijo Effru totalmente desganado aun soltando unos escupitajos al balde que Mull le había dejado al muchacho.
Mull y Raimundo se acercaron a Taran, Mull tomó las dos tiras rojas que estaban atadas en la punta del mango de la masa, acariciándolas.
—¿Era de ella? —preguntó el anciano mirando a Taran.
—Si —contestó el hombre de forma cortante, con un rostro triste.
—Aunque no me creas —dijo Raimundo acercando su mirada a la masa lo más que pudo revisándola de “pies a cabeza” y pasando su dedo por las inscripciones—, yo comprendo tu dolor, no me malinterpretes, todo el mundo siente las mismas cosas de manera totalmente diferente, pero puede que mi pasado se acerque al tuyo. Algún día te lo contaré Taran, a propósito… ¿De qué son estas letras? —preguntó el hombre de máscara de cuero.
—Son las marcas de su creador, o al menos eso quiero creer yo —dijo Taran pasando la yema de sus dedos por el final del mango justo por debajo del cordón rojo había un par de letras y otros catorce símbolos extraños, y dos más que eran letras perfectamente legibles, aquellas letras eran T.N.
—¿Crees que estas iniciales sean del nombre de su creador? —preguntó Mull, mirando de cerca los otros símbolos que rodeaban el mango de la masa de Taran.
—¿Y nunca te dio curiosidad de saber cuál es su nombre? —preguntó Raimundo.
—En absoluto, prefiero dejarlo como un acertijo antes que resolverlo. A lo mejor este tipo no quiere ser encontrado —expresó Taran—, esta masa, aunque no lo crean es un arma muy poderosa.
—Por eso mismo podríamos buscarlo cuando volvamos al Condado de Matavcaba —dijo Raimundo.
—No me siento muy entusiasmado de poder encontrarlo —expresó Taran.
Por Narelam, pensó Mull sentándose en una de las tantas sillas que tenía en su “cueva” (o habitación) se quedó mirando hacia el suelo, aunque su mente estaba divagando en otro lado totalmente distinto. Con que por eso odia tanto a Narelam ¿Debería pedirle perdón? Por haber pensado que no tenía ningún motivo claro para odiar a nuestro Dios, ¿Estará bien si acepto sus creencias? ¿Si las acepto estaré dejando de creer en Narelam? Aquella pregunta le hizo provocar un escalofrío que recorrió todo su cuerpo para luego comenzar a pedir disculpas a su Dios. Tal vez tendría que aceptar que no todos tenemos las mismas creencias, pensó el anciano. No, pensó negando con su cabeza. Si pienso eso estaría faltando el respeto a nuestro ser.
—Lo siento Taran —dijo por fin Mull, sin siquiera pensarlo.
—No hay ningún problema —contestó Taran.
Las semanas habían transcurrido un poco más calmadas para aquellos altos mandos que no necesitaban estar en el campo de batalla, simplemente iban viendo cómo las tropas se iban perdiendo como si fueran simplemente un montón de hormigas, parecía que a la única que realmente le importaba el bienestar de sus hombres era a Larryet Vaxun, quien en aquel momento se encontraba cuidando de su hijo.
—Mira mami, encontré otro bicho en la tierra. Es igual que el anterior, tiene dos cuernos sobre sus ojitos —expresó el niño. Larryet se encontraba sentada a pocos pasos de su hijo en su casa. No puedo estar fracasando en la misión más importante de mi carrera, y teniendo en cuenta que ya tengo más de la mitad de un siglo no creo que me quede más tiempo para una hazaña más grande, pensó Larryet soltando un prolongado suspiro. El ruido desde el interior de su casa la hizo volver a la realidad, el teléfono producía su sonido característico, Larryet se levantó rápidamente entrando en su casa, tomó el tubo del teléfono y saludo: