Diario de un Onironauta

3.-Un sueño más que lúcido

El mundo de los sueños es muy extraño. Hay sueños que son lúcidos solamente, y son como los que todos conocen: Raros e ilógicos. Como la vez que encontré un inodoro en medio de la plaza, o esa vez en que de repente vi un río atravesando una avenida, cosas locas. Pero, hay sueños en que todo es normal, excepto el tono azulado y sin colores del ambiente. En esos, suelo estar en mi barrio y puedo saltar más alto de lo normal, o volar como si mi cuerpo no conociera la gravedad… es entonces cuando me pregunto si estoy en un plano astral, ya que todos parecen dormir, aunque, estando en Santiago, me suelo encontrar con otros que están igual que yo: saltando por ahí o simplemente caminando.

Fuera de eso, hay otros sueños que me saben amargo, y son tan detallados que me dejan confundida o nostálgica al despertar.

¿Sueño o memoria perdida?

Apenas tenía un mendrugo para comer, por eso mastiqué un poco y luego fui a la cama de mi madre, ella estaba con mucho malestar y le di la otra mitad de mi pan. Como no podía ayudarme me vestí con mi traje más cómodo. Un vestido amarillo que, al verme frente al espejo noté muy sucio. Había intentado lavarlo, pero, mis pequeñas manitas no tenían la efectividad de las manos de mi madre.

Un cepillo de madera me ayudó a desenredar mi cabellera, ahora castaña por la tierra y el polvo. No era fácil, mi cabello crespo estaba enredado y sucio. Me vi al espejo sintiendo que había quedado bien con el pelo recogido en un moño, cómo el que solía hacer mamá en su cabeza. Ahora que ella no podía levantarse, era mi trabajo cuidar la casa.

No tenía más de siete años, lavaba mi cara y brazos en un bol con agua posado sobre una silla. Mientras hacía esto mi vista se fijó en el agua clara... como si fueran escenas explicativas, pasaron por mi mente las memorias de los días previos en que descubría que la gente se había ido enfermando poco a poco, y personas de afuera habían llegado con medicamentos y —por alguna razón— también con armas. Una sensación de soledad y pesadumbre me llenaba. Claramente, la ciudad había sido aislada, pues una cruel pandemia nos había azotado. Cada tanto llegaban aviones con medicamentos y suministros, pero ya casi no quedaban personas vivas en el pueblo. Recuerdo a mi madre enferma arrastrándome entre la gente, gritando con fuerza:

—¡Mi hija no está infectada! —Una y otra vez.

Yo apenas pisaba el suelo de lo rápido que me llevaba. Choqué con la gente en la carrera, pero muchos otros también gritaban y, probablemente, por eso no me subieron al avión. Tantos rostros afligidos y llorosos me hacían sentir aterrada.

La última vez que vimos uno de esos aviones irse, mamá me abrazó con impotencia y mi mirada se enfocó en los rizos que ella llevaba desordenados en un moño. En ese momento, no entendí por qué quería que me llevaran, si yo quería quedarme… Me sentía aliviada por estar con ella y al mismo tiempo dolida, porque quiso deshacerse de mí.

En los días siguientes las personas del pueblo desaparecían, féretros de madera abundaban y nuestra ciudad se había vuelto un cementerio.

En su letargo, mi madre me habló de la vida y de lo mucho que me quería, mientras paseamos una última vez, fue en esa rutina que me desligué por un momento de esa realidad. Observé la escena con mi visión adulta, como si viera una película y entendí que, la mujer estaba muriendo y su sufrimiento mayor estaba en darse cuenta, que, la pequeña a su lado, era inmune a esa enfermedad y quedaría sola en un pueblo fantasma.

Esa era yo, la pequeña inmune, era yo… entonces volví a quedar inmersa por esos recuerdos… que revivía como parte de un sueño.

—Tengo hambre, ¿vamos a conseguir comida?

—Sí, después de bañarnos. ¿No quieres ir al río?

—¿Ya no estamos enfermos?

—Tu estas bien, hermosa. Afírmate de mí. —Dijo mamá guiándome hasta lo más profundo.

—¡Mamá, mamá! ¡Aquí no alcanzo el suelo! —Se me aceleró el corazón cuando empecé a sentirme cansada.

Mamá me abrazó con fuerza, y nuestros rizos se mezclaban en el agua como si fueran de la misma cabellera. Poco a poco empecé a hundirme y cuándo el agua cubrió mi rostro comprendí… que la persona que debía cuidarme estaba ahogándome.

A través del agua podía ver el borroso rostro de la mujer acongojado, con sus pocas fuerzas hundía mis hombros para impedirme emerger. Aleteando a lo loco la obligué a usar todas sus fuerzas para mantenerme bajo el agua. Ella era el enemigo, mis lágrimas se mezclaron con el río mientras pataleé, la golpeé y conseguí soltarme. Pasé bajo sus piernas para emerger a sus espaldas, cuándo pude respirar caí en la corriente.

—¡Mamá! —Exclamé desesperada y el grito de mi madre llamándome fue nuestra despedida.

Su mano intentando alcanzarme fue lo último que vi de ella… y esa fue la última vez que vi mi pueblo de origen. La fuerza de la corriente apenas me dejaba mantener el rostro sobre el agua, y entre lágrimas, rocas y ramas golpeándome… terminé perdiendo la consciencia.

*****

De algún modo, desperté en un dormitorio. Descansaba en una cama blanda y calentita. Resulta que la mujer que trabajaba para una familia adinerada me encontró en el río al lavar ropa. Entonces, me cuidaron, llamaron médicos y se aseguraron de que no estuviera infectada, temían que fuera de aquel pueblo con la plaga. Me informaron que estaba un poco resfriada, sin embargo, no sabían de dónde venía ni lo supieron jamás…. Cuando quise hablar no fui capaz de emitir ningún sonido…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.