Llevo una vida de onironauta, toda la vida disfrutando y aprendiendo de serlo, sin saber que existía una etiqueta para ello, ni que dormir bien y poder tener sueños lúcidos fuera importante para alguien además de mí. Resulta que no soy tan extraña, después de todo. Sin embargo, creo que la peor época de mi vida ha sido cuando perdí esta habilidad, ese tiempo en que uno de mis sueños me llevó a una casa de madera, el cambio fue tan abrupto que tropecé… ni siquiera sé si estaba en el plano astral o seguía en mis sueños.
Al levantar la mirada me paralicé por unos segundos, creí que se saldría mi corazón del miedo que sentí al ver que, del otro lado del salón de baile (vaya a saber uno por qué estaba yo allí) un grupo de sombras parecían mirarme. Se me apretó el estómago, podía recordar la voz de aquel chico de mis sueños; ese que me repitió incansable que corriera cada vez que las sombras estuvieran cerca. Quise levantarme y girar en dirección contraria, pero volví a caer de rodillas. Mis piernas eran atraídas hasta el centro del salón, gateé con fuerza, arañando el piso, intentando sujetarme de las grietas en el suelo. Sin embargo, me arrastraron hasta rodearme, y apenas giré para ver sus rostros sobre mí, la oscuridad me rodeaba como una viva imagen de lo que sentía a diario en mi depresión diagnosticada. Culpé a los medicamentos de no tener control de mí misma en ese mundo, pues tampoco me permitían manejar mis movimientos estando despierta. Después de eso, no sé qué sucedió, solo sé que desperté tan angustiada como estaba en aquel sueño y, desde entonces… volver a soñar; volver a tener un sueño lúcido o incluso verlo a él… se volvió un reto. Principalmente, porque lo olvidé por mucho tiempo.
A veces despierto con una sonrisa en los labios que se convierte en añoranza rápidamente. En un deseo incomprensible de abrazar algo intangible. Es como cuando tienes una idea que se te olvidó al mover los labios y te frustra, porque sabes que sigue ahí en tu cabeza, pero no puedes pronunciarla, por más que te esfuerzas.
Ahora recordé que, de pequeña, había días que despertaba susurrando un nombre que no podía pronunciar. Entonces, repetía distintos nombres aleatoriamente para intentar dar con esa memoria… pero, mientras más intentaba recordarlo, más borroso se volvía, y terminaba dándome cabezazos en la almohada, rendida ante la inevitable pérdida. Me acordé de esto porque soñé con él, y como fue así, decidí recopilar todos aquellos sueños significativos que aún no he olvidado tras este sueño que me despertó y me trajo de vuelta a la vida.
Noche 1
De pequeña se me repetía mucho una pesadilla. En esta llamaban a la puerta, ante la insistencia yo iba temblorosa… ya sabía quién era; podía sentirlo tras la nuca. La vaga luz de los postes entraba por entre las cortinas. Me acercaba a la puerta a paso lento, y podía ver en el umbral, al ser oscuro, que pedía entrar con una amable sonrisa. Cada vez que miraba detrás de él, veía lo mismo… una gran oscuridad, y bajo la escalera de madera que invitaba a entrar había un color naranja y fuego. Este ser era un demonio.
Negué con la cabeza, y reafirmaba con mis palabras, pero él insistía.
—No puedo, mamá dice que no abra a extraños —repetía, alejándome de la puerta. No quería ser tocada por él.
—Si me dejas entrar, podrás ser más poderosa de lo que imaginas. Tendrás felicidad por siempre y… —añadió varias cosas más, que en este minuto me son vagas.
Recuerdo pegarme a la pared del comedor, y acurrucarme en el suelo, asustada repitiendo una y otra vez que no lo dejaría entrar. El demonio, molesto subió la voz impregnando el salón con su aura maligna. Se sentía como un viento desenfrenado que me hizo tiritar.
—¡Creo en Dios y tú eres malo! —Insistía yo.
—¡Vendrás de todas formas!
Recuerdo que una noche comencé a gritar que mis padres eran católicos, que iba a la iglesia los domingos y, cubriendo mis oídos, dejé de escuchar lo que aquel “ser” me gritaba, hasta que la puerta se cerró de golpe. Entonces, me quedé allí… incapaz de moverme. Volví a cerrar los ojos, pensando en globos y dulces, pues quería transformar ese sueño en algo agradable... hasta que nuevamente todo se nubló.
Con frecuencia, luego de eso me encontraba ubicada sobre un pilar de tierra al interior de un volcán. Una risa maligna como un eco me aterraba, y me hacía sentir castigada por ser obediente, o quizás por algo malo que no recordaba haber hecho… estratégicamente sentada en el centro de ese escenario, abrazaba mis rodillas escondiendo el rostro, esperando a que algo cambiase. No quería ver la lava burbujeando al fondo del precipicio ni el cielo infinito sobre mi cabeza. Me repetía que todo estaría bien, porque ya había pasado y de algún modo las cosas siempre volvían a estar en orden. Pero luego de mucho temblar me veía junto a un camino en la orilla del volcán, como si un ángel me hubiese trasladado, dándome una salida. Podía sentir el sudor cayendo por mi cuerpo, mientras caminaba para salir de ese horrible lugar. Y como si entrara en una gruesa neblina, el paisaje desaparecía y el resto de lo sucedido se borraba de mi cabeza al despertar.
Noche 2
Recuerdo con claridad la última vez que tuve aquella pesadilla: el demonio pidió entrar, una y otra vez, cada vez más molesto. Parecía querer forzarme a dejarlo pasar y hablaba con tanta insistencia que me sentí intimidada. Casi me oriné encima. Debo haber tenido seis años para ese momento, quizás siete.