¿Qué norma estamos rompiendo?
Estaba de visita en casa de una amiga, llegué a media tarde y conversábamos en el pequeño recibidor de su casa, un dúplex en un barrio humilde. Como si hubieran drenado mis energías súbitamente, se me cerraron los ojos y bostecé. No dije nada porque golpearon la puerta y ella recibió a sus amigos. Un chico y su hermana, está última no tenía mucha diferencia de edad con mi amiga. Quise pararme para saludar, pero estaba mareada y empecé a ver borroso, así que forcé una sonrisa amable desde el sofá.
—¡Ella es mi amiga Sami! —Me presentó Romina con su gran alegría de siempre. La niña me miró sin ganas… él se veía analítico.
Tomaron asiento enfrente de mí con un porte elegante.
—Y… ¿cómo te llamas? —Pregunté. Quise verlos bien, pero, por más que forcé la vista no pude.
Él me miró en silencio un momento, sentí cómo penetraba en mi mente con sus ojos.
—Mario —Dijo, tras encontrar un recuerdo que escondía.
—Miente —Pensé— Está invadiendo mis pensamientos.
Romina nos ofreció algo de beber y le pedí una gaseosa, algo que sólo tomo cuando necesito despertar o tener azúcar. Miré alrededor buscando el error en el escenario, pero no lo encontré; inventé una tonta excusa para salir al patio y al ponerme de pie distinguí por la ventana a dos chicas acercándose.
Me detuve en el patio intentando recuperar mi energía, bostecé una o dos veces antes de entender las cosas que me incomodaban.
—Los sillones, qué ese chico leyera mi mente… no tienen sentido —Me dije, y pensé en esas dos chicas. Eran mis compañeras de la escuela, pero no conocen a Romina y mucho menos viven cerca de su casa… Ya que en esos tiempos. Vivía en otra ciudad.
«Es un sueño…» Al entenderlo, decidí huir.
Normalmente no me hubiera asustado, pero, en ese momento lo estaba. Las chicas golpearon la puerta y me llenó la adrenalina. Rodeé la casa y salí por el jardín una vez que entraron. A pesar de que crucé los dedos para que no me notaran, lo hicieron… así que comencé a correr, aunque me estaba enloqueciendo el nivel de incoherencia. Pasé de estar en Santiago a las calles del barrio de mi infancia en San Antonio.
Los hermanos y mis antiguas compañeras pisaban mis talones, apenas los pude perder me detuve a respirar.
Enfocar mi mirada en el horizonte sólo confirmaba mis sospechas, si bien todos los escenarios eran conocidos para mí, la forma en que se manifestaron no me estaba haciendo sentido; sumando que aquel chico observó en mis recuerdos pude deducir lo que sucedía. La razón de mi baja energía. Alguien se había metido en mi cabeza y accedió a mis recuerdos, sin embargo, el no saber por qué me erizaba la piel.
—¡Sami! ¡Sami! —Llamaban las dos chicas— ¿No nos recuerdas? ¡No huyas!
Me persiguieron por la villa, desconcertadas de que les temiera decían ser mis amigas.
Cuando ya se me agotó el aire me detuve, necesitaba respirar y supe que me alcanzarían… Cuándo llegaron voltee a mirarlas para hablarles de frente.
—Es que se han equivocado —dije y me enderecé.
Me miraron extrañadas, hasta con sorpresa y sonreí antes de explicarme.
—Tú y tú se agradaban, pero, no siempre andaban juntas. Para ser una proyección de mi mente tendrían que haber fingido ser el par de yuntas. Jamás las imaginaría mezcladas. —Mostré mi lengua burlesca y corrí alejándome otra vez.
Grande fue mi espanto cuando por la siguiente esquina aparecieron tres extraños, quienes agitaron sus brazos llamando al chico que se hizo llamar Mario. Eran un grupo, me sentí en total desventaja y detuve la carrera de inmediato.
Estaba al borde de la villa, si llegaba a la larga escalera podría bajar a la avenida, pero… cerca de esta estaban los extraños y de correr de regreso para llegar a la calle Curicó debería pasar por mis falsas antiguas compañeras. Estaba rodeada, se me erizó la piel pensando en que debía reaccionar rápido y escoger una de las dos salidas. Los miré a ambos, al parecer tampoco confiaban entre ellos… Los vi acercarse y me dio un escaofríos.
—¡No quiero ir con ninguno! —Me dije y me inventé la salida.
Bajé por la falda de la colina, si bien no tenía la escalera me tiré por entre los árboles y los arbustos. Mientras di los primeros pasos pensé que, si ellas no eran parte de los que me perseguían, quizás me equivoqué al desconfiar.
—¡Chicas! —Dije, volteando e invitándolas a seguirme y así lo hicieron.
En la caída, resbalé unos pocos metros antes de poder voltear y ver si venían conmigo y entender que había sido una pésima decisión.
Mis excompañeras se habían fusionado en un solo ser; oscuro como sombra del mal que estaba preparado para golpearme.
Se enfrío el sudor en mi frente, y atarantadamente me saqué los zapatos para golpearlo con el tacón en turno.
El primero en alcanzarnos fue el tal “Mario”. Golpeó tan fuerte al ser que este volteó hacia él.
Enseguida una mujer mayor que pisaba sus talones iluminó al monstruo con su linterna. Lo hizo desaparecer en el aire. Tras ellos y con menos apuro llegaba el resto del grupo.