Diario de un Onironauta

8.- Epílogo

Promesas

Esa noche estuvo llena de recuerdos. No tenía más de 15 años, y estaba con mi hermano menor, en el patio de una casa ajena junto a otros niños que nuestro padre nos presentó como hijos de sus amigos. Aún estaba molesta con la mudanza, supongo que fue la razón de que estuviera ahí con mala cara, en cambio mi hermano poco a poco fue agradando de ellos, y con el tiempo eso me incluyó. Para el final del verano éramos muy cercanos.

Pero, los desperfectos de la casa en que vivíamos tenían muy frustrado a nuestro padre, al punto de que ponía en peligro la bonita amistad que habíamos forjado con nuestros nuevos amigos. Recuerdo con claridad cuando, durante la cena se abrió de golpe una ventana, haciendo que se rompiera el vidrio. No fue sólo el susto del minuto lo que me impactó, sino que provocó a papá para que decidiera mudarnos otra vez. Seguiría una oferta de trabajo en otra ciudad.

Buscando que cambiase de opinión, con mi hermano y nuestros amigos corrimos por toda la casa intentando tapar las goteras y arreglando cada desperfecto que podíamos cubrir con nuestros pocos conocimientos de carpintería. Recuerdo que hacíamos eso al mismo tiempo que llovía, lo vi todo como en cámara lenta, y es probable que, por lo mismo, lo recuerde con claridad: buscábamos madera y clavos por diferentes cuartos, repartí martillos y recuerdo que yo usaba una piedra para martillar y cubrir grietas. Entonces, entré en un cuarto y aquel amigo apático del que nunca estaba segura si le agradábamos o no, estaba sobre una mesa, parchando una gotera.

—Gracias. —Musité sorprendida y se me llenaron los ojos de lágrimas por la emoción.

No esperaba verlo a él ayudando, ya que no había mostrado interés.

—Papá me enseñó de esto. —Se explicó y sonrió amable.

Esa noche, sudamos y nos divertimos a pesar de los nervios, pero fue un esfuerzo ingrato, ya que aun así papá quiso mudarse. Pero, así como éramos de jóvenes, éramos obstinados y prometimos que no lo permitiríamos.

*****

Un día decidimos convertirnos en caminantes de sueños. Todos sabíamos lo que era tener sueños lúcidos, subir de nivel no podría ser difícil… y entonces comenzamos a practicar. Estando en el mundo onírico conocimos a unos vecinos que ya paseaban por los sueños y nos enseñaron a huir de las sombras; esas energías negativas de los que tenían emociones tan intensas que no lograban manipular sus sueños.

Uno de nuestros amigos se convirtió en un buen prestidigitador y creaba escenarios divertidos para jugar, como aquel en que estábamos en una playa, y se mezclaron los sueños de al menos tres de nosotros. Fue gracioso ver una sala de escuela mezclada con la orilla de la playa, reímos mucho y cambiamos algunas cosas a gusto… por un momento perdí la lucidez y estuve sumida en mi sueño, dejándome llevar por mis preocupaciones, hasta que el chico apático del grupo tomó mi mano recordándome que solo era un sueño y no debía preocuparme por aquel niño que me habían encargado. La sensación de angustia se fue diluyendo al sostener su mano, y luego la adrenalina nos invadió al ver un gran monstruo. Lo enfrentamos sin titubear, éramos los mayores y no podíamos dejar que perturbaran a los pequeños del grupo.

Era divertido y emocionante pasar las noches así, aunque de todos modos era triste tener que mudarse. Cualquier día podríamos dejarnos al olvido, sumidos en nuestras vidas cotidianas… Debe haber sido ese miedo, el que nos llevó a dramatizar de tal forma… como torpes adolescentes, o quizás lo vimos como un juego… no puedo estar segura de la motivación, sólo de aquello que recuerdo.

—Coloco mi sangre, para que ni ahora ni nunca nos puedan separar. —Pinché mi dedo con una aguja y dejé caer mi sangre en una olla.

—Y yo la mía, para que seamos siempre amigos. —La chica a mi lado me imitó, luego mi hermano y después los demás.

—Me uno a este pacto sin importar la distancia que nos separe, por siempre seremos amigos. —El chico apático fue el último en hacerlo.

Nos miramos uno a otro luego de eso, vi al chico apático chupar su dedo y nuestras miradas se cruzaron. Me recordó la mirada seria del niño asiático cuando esperaba que recuerde la leyenda del rinoceronte.

*****

Desperté con la sensación de un nudo atorado en mi garganta, y preguntándome si acaso estoy unida a otros onironautas que ahora no recuerdo.

Pero, lo más importante es que sigo sin dar con el paradero de mi Caballero, su lugar de nacimiento o descubrir por qué no puede aparecer en mis sueños. No obstante, descubrí algo más importante: Compartimos sueños porque somos amigos desde mucho tiempo antes de haber nacido, ya que nos une el lazo rojo del destino.

«¿Me recuerdas? ¿Tú también me buscas?»

Dedicatoria:

¿Entiendes que a ti te toca?

En este juego,

es tuyo el siguiente movimiento.

Ten en cuenta que

Con la sola intención de hablarte,

Convertí nuestra historia en una obra de arte.




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