Diario de un Sin Memoria | Libro Uno.

Número Siete.

qυerιdo dιarιo: Mismo día (8:28 A.M)

Estoy en la puerta de adelante de mi departamento, faltan dos minutos para que me vaya. Me acomodé el suéter negro y mis jeans, suspirando con cierta levedad. Por suerte, pude acordarme de mi tío escritor y las cosas que hicimos en mi niñez. Pero hoy quiero lidiar con mi depresión, aunque es lindo cortarse siento que me tengo que quitar un peso de encima... Es algo que quiero hacer primero.

Escuché la bocina de la moto de la muchacha, salí y cerré la puerta con llave. Mientras guardaba el objeto en mi bolsillo, bajaba por las escaleras negras tranquilamente. Me rasqué la nuca mientras tapaba mis muñecas y brazos con las mangas de mi suéter negro. No quería que vea mis cortes más recientes, me daba vergüenza totalmente. Salí por la puerta de abajo y la miré, saludándola con un simple «Hola». Caminé tranquilo hacia la moto y me senté detrás suyo, agarrándome de los dos soportes que había detrás de mi. Ella tendría cinco años más que yo: treinta. Me coloqué el casco y luego agarré nuevamente aquellos soportes, la chica arrancó y aceleró la moto. Nuestra ruta había comenzado, por suerte. No quería esperar más.

− ¿Qué tal estás Bastian?, ¿te has vuelto a cortar, cariño?. −observa mis brazos cubiertos por las mangas largas y lizas de mi suéter.

Negué con la cabeza, mintiéndole. Cuando tocó semáforo en rojo, me miró sumamente preocupada.

− No mientas, corazón. Sé cuando mientes o no, ¿sabes? −ella suspiró.− Vamos de vuelta... ¿Te has vuelto a cortar, cariño?.

− Sí...

Le había contestado con la voz un poco baja, suave. No sé bien, pero estoy seguro de que me ha escuchado. Se acomodó el cabello de atrás y aceleró su moto cuando el semáforo se puso en color verde. Ya estábamos llegando, nos bajamos del vehículo cuando estacionó en la vereda. Me saqué el casco y se lo di, la chica había tocado timbre. 2° B era el departamento de mi psicoanalista. Tenía un poco de miedo de ir, la gente ya estaba saliendo y llenando las calles de la ciudad. Me estaba por poner paranóico. Me crucé de brazos y me encogí de hombros, observando mi alrededor.

− ¿Qué te ocurre, corazón?. −pregunta la chica.

− Las calles se están llenando de... Gente... Tengo miedo.

En ése momento, la miré y mi terapeuta abrió la puerta. Nos sonrió a ambos y, mientras nos saludaba, nos dejó pasar para poder subir a la segunda planta. Aceptamos, como siempre, dirigiéndonos hasta el ascensor y la escalera.




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