Diario de un Sin Memoria | Libro Uno.

Número Ocho.

qυerιdo dιarιo: Mismo día (09:09 A.M)

Mi compañera se quedó en la sala de espera, yo entré junto con mi psicoanalista. Se llama Erik, no me sé su apellido. Me quedé en la puerta, algo tímido y cruzado de brazos. Mi contrario se sentó detrás de su escritorio, apoyándose contra el respaldo de su silla de ruedas. Se cruzó de piernas y apoyó ambas manos sobre la pierna que estaba cruzando a la de abajo. Me miró con su mirada neutral que tenía desde que empezaron las sesiones. «Puedes empezar, Bastian. Cuando quieras», dijo Erik.

Cuando suspiré profundamente, traté de tranquilizarme. Me acerqué lentamente y me coloqué a unos centímetros de su escritorio, no tan cerca de éste. Me rasqué la nuca, las cosas no las podía sacar tan fácilmente. Tendría que recordar el proceso de cómo hacerme acordar de las cosas que pasaron en los momentos anteriores. Insipiré hondo y exhalé todo ése aire. No sabría perfectamente si yo podía con esto.

«Bien... Tranquilo... Tú puedes, Bastian. Ya habías visto este proceso la semana pasada... Acuérdate, por favor», pensé.

Inhalé profundo nuevamente y me quedé en silencio, éste inundaba el lugar. Tenía dificultad para hablar con las demás personas, no soy muy sociable que digamos. Largué todo ése aire en forma de suspiro y lo miré fijamente. Puse un par de dedos en ambos cienes y comencé a pensar, ¿qué le iba a decir?. «Che, mire, me corto las venas con una navaja». Sería muy complicado explicarle.

− Oiga, señor Erik... Hay algo que le quiero decir hace tiempo... −mi voz era suave.

El terapeuta se quedó en silencio y asintió con la cabeza, mirándome fijamente y de manera seria. Me rasqué la nuca y divagué por mis pensamientos una vez más. El silencio se apodera nuevamente de la sala en la que estábamos, quise largar todo de una en este momento. No me salía en lo absoluto. Suspiré nuevamente, me sentía nervioso por primera vez. Me crucé de brazos otra vez, dejando ver las marcas de mis cortes. El psicoanalista no se sorprendió, parecía que era ya algo normal para el contrario.

− ¿Es la primera vez que te cortas, Bastian?. −Erik usaba un tono neutro y superficial a la vez.

Negué con mi cabeza, silencio. Solamente escuchaba el ruido del silencio, sólo por esta vez. Me invitó a que me sentara y lo hice, mirando a mi alrededor. Su oficina era linda, bastante linda. Crucé las piernas como indio y junte ambas manos, mientras dirigía mi mirada hacia ellas. Tenía ganas de llorar, mis ojos se volvieron rojos y comenzaron a brillar por las lágrimas que iban a salir de ellos. El psicoanalista se acomodó en la silla, apoyando sus codos en el escritorio. Me miraba neutral, lo sentía.

− ¿Porqué lloras, Bastian?, ¿porqué piensas que lloras?.

− ...Po-porque no le encuentro ningún sentido, tal vez.

Traté de sacarme las lágrimas de mi rostro, pero éstas recorrían por mis mejillas y las mojaba más. Comencé a llorar plenamente, navegando por los pensamientos más negativos que podría tener sobre aquél día. Respiré profundo, tratando de calmarme. Erik se levantó lentamente y esquivó el escritorio, dirigiéndose hacia mí. Se sentó al lado mío y me acarició el hombro, en silencio. No dijo nada, solamente me miró y me acarició el hombro. Esperaba a que yo me calmara para poder seguir hablando, tardé varios minutos.




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