El día veintitrés de julio de 1940, Paul Lassarre y su familia se vieron obligados a huir de su país natal, Francia, a España, porque los alemanes estaban entrando al país.
Se instalaron en la casa de un tío de su madre, donde esta había pasado muchos veranos siendo joven. El hombre había muerto y había decidido dejar en herencia la antigua casa que llevaba siglos en su familia.
No tuvieron problema al cruzar la frontera, pero tuvieron varias horas de tren que a Paul se le hicieron eternas.
La casa era una enorme y lujosa mansión, muy distinta a la que los hermanos se habían imaginado durante el viaje, tenía tres pisos y un desván, infinidad de pasillos y habitaciones, que Paul estaba dispuesto a investigar y un jardín que daba a la entrada de un frondoso bosque.
Una vez en la casa, se instalaron. Los padres de Paul se fueron a investigar el pueblo mientras él y su hermana mayor desempaquetaban todo aquello que les había dado tiempo a guardar.
Pasaron varios días, Paul ya empezaba a aburrirse, se había recorrido el enorme jardín y todas las estancias del enorme edificio en el que ahora vivía. Un día encontró una puerta que todavía no había cruzado, subió unas escaleras tan largas que parecía que no acabarían nunca, le llevaron hasta una enorme estancia llena de polvo y cajas llenas de extraños artefactos que no reconocía, aquel lugar era el paraíso para el niño de once años que amaba explorar.
Rebuscando entre todos aquellos objetos encontró un libro cubierto de polvo, sus tapas estaban descoloridas por el paso del tiempo y sus hojas eran amarillentas.
Pertenecía a Juan Fraga, y en él describía cómo eran sus días en el año 1790.