Diario Fraga

La mudanza

Mientras Raymond Lassarre estaba trabajando en su zapatería cuando en la radio sonó una noticia que le sobresaltó.

 —Que no cunda el pánico queridos oyentes, pero nos acaba de llegar una noticia de última hora —la voz del joven locutor temblaba —al parecer el ejército alemán está cruzando ahora mismo la frontera y se cree que se dirige hacia París.

Al oír esto, Raymond dejó lo que estaba haciendo y corrió escaleras arriba para llegar a su casa, donde se encontraban su mujer y sus hijos.

 —¿Qué te pasa querido? —preguntó Louise al ver a su marido tan agitado, no solo ella estaba preocupada, los niños también miraban asustados a su padre —¿sucede algo?

—Tenemos que salir del país. Sin dar más explicaciones, sacó cuatro maletas y todos, extrañados, empezaron a recoger sus pertenencias, mientras los niños terminaban, el matrimonio se fue a hablar a la cocina.

 —¿Me vas a decir que pasa?

—Los alemanes están en la frontera, a un tiro de piedra de aquí. Si queremos proteger a nuestra familia tenemos que irnos de aquí.

—¿A dónde?

—Había pensado ir a España, a la casa que heredaste de tu tío. Pero tenemos que hacerlo ya.

—Mamá, ya estamos listos —gritaron los pequeños desde la entrada.

Salieron de la casa, camino a la estación, para coger el tren que antes les llevase hacia la frontera con España, durante el viaje les explicaron a los niños a donde iban.

Cruzar la frontera fue un momento ácido por la espera y por la incertidumbre, ya que no tenían todas las garantías de poder entrar en el país, pero con final dulce porque todos pudieron cruzar.

Una vez llegaron a la casa, los niños, corrieron escaleras arriba para elegir su habitación. Sorprendentemente, no hubo peleas, porque las habitaciones parecían estar hechas para ellos. La de Amélie, pintada en tonos verdes pálidos y un gran ventanal, además de un enorme escritorio y una estantería llena de libros, y la de Paul, pintada de azul cielo y llena de juguetes antiguos.

La familia deshizo las maletas, colocaron sus pertenencias y fueron al pueblo para comprar comida y apuntar a los niños al colegio. En el pueblo la gente les miraba raro y Paul les oía cuchichear sobre su familia, además de eso veía algunas ancianitas que se santiguaban y comentaban entre ellas.

—Ay pobrecillos —decía una.

 —Sí, sí, que Dios proteja a esos niños de acabar como su tío —rezaba otra.

Paul no entendía, no había conocido a su tío, lo único que sabía de él era que había muerto joven por una enfermedad que lo hacía delirar en su casa, lo cual según le habían contado, era bastante normal.

 —Buenos días —saludó Raymond al entrar en la escuela.

 —¿En qué puedo ayudarle? —respondió amablemente la joven que estaba en la recepción. —Acabamos de llegar al pueblo y nos gustaría apuntar a los niños al colegio.

—Claro —sonrió —necesito que me rellenen estos papeles, han llegado justo a tiempo porque este mismo lunes los niños vuelven de unas cortas vacaciones.

Mientras sus padres hacían el papeleo, Paul, se fue a investigar el edificio, no era muy grande, tenía unos pocos pasillos en los que las aulas estaban diferenciadas por géneros. Le pareció ver una sombra dentro de una de las clases, pero al intentar agarrar el picaporte alguien puso una mano en su hombro, el pequeño dio un respingo y se giró para ver el serio semblante de su hermana.

—¿Se puede saber qué haces? —susurró, un rubio mechón caía en su cara. —Me había parecido ver a alguien. Su hermana echó un vistazo detrás de él, mirando a través del cristal que había en la puerta.

—No hay nadie, vámonos que nos van a regañar —agarró el brazo de Paul y tiró de él, Amélie tenía más fuerza que su hermano, así que tampoco pudo resistirse a acompañarla.

 Cuando llegaron, sus padres estaban entregando los documentos, la chica que les había atendido los recogió y los apuntó en un libro.

—Ya está —les entregó un papel —estos son los libros que necesitarán y el lunes les asignaremos una clase.

—Muchísimas gracias —se despidió Louise.

 —Qué tengan un buen día.

 Se fueron de nuevo a la casa, Louise se fue a hacer la compra con Amélie, mientras Raymond desempaquetaba y comprobaba que todo funcionase y Paul trataba de ayudarle, aunque más que ayudar hacía todo lo contrario.

—Hijo, tu madre me ha dicho que vuestro tío tenía muchos aparatos e inventos por la casa, ¿por qué no vas a ver si hay algo interesante?

El niño muy ilusionado se fue a investigar la mansión, imaginándose todos los secretos y tesoros que iba a encontrar.

Dos horas más tarde, lo único que había encontrado eran telarañas e imágenes de familiares lejanos que no conocía, una de estas llamó su atención, una pintura de un niño que sonreía, pero había algo extraño en esa pintura, los ojos del niño le transmitían una sensación extraña, se acercó más a la pintura cuando el chirrido de las bisagras de una puerta lo sobresaltaron.

 Al final del pasillo se acababa de abrir una puerta de la que no se había percatado, se acercó, había unas escaleras de caracol hechas de piedra gris que contrastaba con el color verde de las paredes de la casa, intrigado, Paul, subió, allí encontró un oscuro desván lleno de cosas, recuerdos de antaño escondidos y olvidados.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.