Diario Fraga

La voz

Estaba concentrado imaginándose quién podría ser Juan Fraga, cuando de repente algo se movió en la oscuridad tirando una caja, asustado, Paul, bajó corriendo las escaleras de vuelta al pasillo verde, dejando la puerta abierta tras de sí.

Casi se cae mientras bajaba a la cocina donde su hermana y su madre colocaban lo que acababan de comprar.

—Paul, ¿qué pasa? —preguntó su madre al ver lo alterado que estaba.

—Hay algo en el desván.

—El desván está cerrado cariño —le respondió Louise acariciando su cara, intentando tranquilizarle.

—Acabo de estar ahí, ven mira —agarró la mano de su madre y tiró de ella.

La condujo hasta el pasillo donde se encontraba la puerta que daba al desván, para su sorpresa la puerta ya no estaba allí, en su lugar había una pared.

—¿Ves? No hay nada —se agachó para mirar a su hijo a los ojos —el desván lo tapiaron hace muchos años, cuando yo era pequeña, es imposible que hayas entrado.

—Pero yo…

—¿Por qué no vas a ayudar a Amélie? Ahora bajo yo.

El niño obedeció, no dejaba de darle vueltas, había visto la puerta abierta y subido las escaleras hasta el desván, había cogido el libro. Era un misterio, y Paul como buen explorador lo iba a descubrir.

Su investigación había servido de poco, se había pasado horas delante de la pared, pero no había vuelto a ver la puerta.

Ya era lunes, lo que significaba que su hermana y él se incorporaban a las clases, había mu-chas caras nuevas en el colegio, potenciales amigos con los que Paul estaba esperando jugar.

—Hola —saludó a un grupo de niños durante el recreo.

—Tú eres el que vive en la mansión del viejo, ¿no? —preguntó uno de ellos.

—¿De quién? —Paul estaba confundido.

—Sí, era el tío de su madre —respondió otro.

—Me llamó Paul —se presentó.

—Hablas raro.

—No, yo…

—Es que es francés, tiene acento, seguro que es un pijo.

—Venga di algo más —le dio con el dedo en el pecho uno de los niños.

—Yo solo… —trató de defenderse.

—Vuélvete a Francia, y llévate al fantasma de tu casa contigo.

—¿Fantasma? —preguntó Paul.

—Sí, tu casa está encantada, tu tío se volvió loco y el fantasma lo mató, y tú serás el siguiente.

—¡No! —gritó Paul corriendo.

Se fue lo más rápido que pudo de allí, con los ojos llenos de lágrimas, se escondió en el baño, sentado en el suelo, abrazó sus rodillas y comenzó a llorar desconsoladamente.

—Paul —escuchó a una mujer que le llamaba.

Levantó la vista, pero no vio a nadie, se secó las lágrimas e investigó el baño, estaba vacío.

—Paul.

No sabía de dónde salía la voz, supuso que alguno de los niños le estaba gastando una broma, así que salió del baño y se fue a clase, allí los niños de antes le lanzaban mensajes, cuando participaban hacían ruidos.

—Adiós niño fantasma.

—Dile hola al espíritu de nuestra parte —se despidieron los niños entre burlas y risas.

 El camino a la casa fue ensordecedor, Amélie iba hablando con una niña que había conocido y no paraban de gritar, eso irritaba a Paul, pero no dijo nada, cuando llegaron subió directamente a su habitación, le sorprendió ver el diario encima de la mesa, abierto. Se acercó cauteloso, la página decía:

Hoy me ha pasado algo extraño, los vecinos han venido de visita, y sus hijos se han vuelto a meter conmigo en la escuela, me escondí en una de las habitaciones para que no me encontrasen.

Cuando estaba allí sentado en la oscuridad, escuché una voz, dulce y femenina, me llamó, no la vi, pero sentí una gran tranquilidad, como si hubiese alguien protegiéndome…

Paul dejó de leer, la similitud con lo que le había sucedido ese día le erizó los pelos de la nuca, sintió como alguien le observaba, se giró, pero no vio a nadie.

—Paul —le llamó la misma voz que había oído en el baño —mi pequeño, tu tranquilo, no te pasará nada —escuchó mientras notaba caricias en su cabeza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.