Diario Fraga

No confíes

Paul se tumbó en la cama, hablar con la policía le había dejado agotado, no podía decirles que había sido Dorotea porque le tomarían por loco.

Cerró los ojos, tratando de olvidar la imagen del cuerpo de aquel niño.

—Ya no volverá a molestarte —notó como alguien le acariciaba el pelo —mi pequeño, nadie te hará daño.

Abrió los ojos, pero en su habitación no había nadie, estaban solos él y el diario de Jan Fraga, abierto encima de su escritorio, decidió leerlo.

Hola diario, la cena fue un desastre, esos niños se metieron conmigo y me dieron tantos golpes que me hicieron sangrar.

Tuve suerte, ella me ayudó, dijo que era mi amiga, que me protegería, y no mintió.

Sus métodos son muy cuestionables, pero ya no volverán a molestarme.

Han desaparecido, como si se hubiesen desvanecido, no puedo creerlo, se han marchado tan lejos que no volveré a verlos.

Me ha llegado una nota donde se disculpaban y me decían que no iban a volver.

No puedo creerlo, estoy llorando de la alegría, mi infierno se acabó.

Paul no entendía, "¿esos niños estarían vivos?",  se preguntaba, tampoco comprendía porqué Juan se alegraba tanto de su desaparición entendía lo que el niño sentía, el deseo de ver sufrir a los que te hacen daño, de que desaparezca sin dejar rastro y puedas olvidarlos, pero nunca había imaginado que nadie se podría alegrar de una desaparición , y menos sabiendo lo que Dorotea era capaz de hacer, el pensar que esos niños podrían haber seguido el mismo destino que su compañero hizo que le entrasen náuseas.

Tardó unos minutos en relajarse y que se le pasasen las ganas de vomitar, decidió seguir leyendo, Juan, estuvo unos cuantos días sin escribir después de aquello, la siguiente fecha era de una semana después.

Hace un tiempo que no veo a mi amiga, espero que no se haya ido, puede que vuelva a necesitar su ayuda.

Han pasado muchas cosas desde la última vez que escribí:

Los vecinos han decidido mudarse, se quedaron destrozados después de que sus hijos se marchasen, no entiendo por qué, se han quitado un gran peso de encima, estoy seguro de que nunca tendré hijos, me haré soldado y ganaré mucho dinero para darle a mamá la vida que se merece.

Mamá se va a volver a casar, no conozco al hombre, pero mamá me ha dicho que se portará bien con nosotros y que nos va a ayudar, no estoy seguro de ello.

—Paul, baja a cenar —lo llamó su madre.

El niño salió de su habitación y se disponía a bajar las escaleras cuando escucho unos pasos detrás de él, al girarse se encontró con unos ojos negros, en los que no había vida.

—Ten cuidado, no confíes.

Y desapareció, dejando a Paul clavado delante de las escaleras, completamente congelado, mirando a la nada, notó como su pantalón se humedecía sin poder ponerle remedio, comenzó a llorar en silencio.

“¿Por qué a mí?” se preguntó.

 




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