Pasados un par de días, Paul ya se había recuperado de su parálisis, pero el recuerdo de Dorotea asesinando a su hermana le perseguía allá donde fuese. Tenía que deshacerse de ella, no podía seguir confiando después de lo que había hecho.
Rebuscó en los volúmenes que, llenos de polvo, decoraban las estanterías del salón, al tío de su madre le gustaba lo paranormal, tenía toda clase de libros y revistas sobre espíritus y fantasmas.
Después de leer unos cuantos, y no entender la mayor parte del contenido, iba a darse por vencido, pero un manuscrito de tapas negras y decoraciones plateadas llamó su atención.
Corrió a por una silla, y aunque estaba de pie en ella, no llegaba a coger el libro, las puntas de sus dedos rozaban la cubierta, se puso de puntillas para intentar agarrarlo, solo consiguió tirarlo al suelo.
—Paul, ¿va todo bien? —preguntó su padre, Raymond se ocupaba de la casa mientras Louise se recuperaba por la pérdida de su hija.
—Sí, se me ha caído un libro.
—Ten cuidado, que son muy viejos, cuídalos.
Paul recogió el libro y subió corriendo con él hasta su habitación, lo puso en su mesa y lo abrió, el antiguo dueño había dejado marcado el lugar donde había quedado su lectura, aproximadamente la mitad del libro, con un papel que tenía escrita una nota
El diario tiene la respuesta, 20 de junio
El niño abrió todos los cajones en busca de la libreta, cuando lo encontró fue hasta el día que su tío abuelo había indicado, era uno de los más extensos del cuaderno, ocupaba casi tres páginas.
Diario, debo confesarte una cosa, ya no confío en Dorotea.
Han encontrado los cuerpos de aquellos niños insufribles tirados en medio del campo, estaban muy descompuestos, sin embargo, dicen que llevaban la misma ropa, también han dicho que les debió atacar un animal, pero yo sé que no fue así, ella los mató, y creo que pronto vendrá a por mí.
Eso último le puso a Paul los pelos de punta, “¿seré yo el siguiente?” se preguntaba, si quería evitarlo debía seguir leyendo, la respuesta para deshacerse de la mujer que le atormentaba, estaba ahí, solo tenía que encontrarla.
He descubierto quién era, Dorotea Daurella, contrajo matrimonio con un conde y la casa fue el regalo de bodas que le dio su padre, el libro cuenta que tuvo un hijo al que quería con locura, no me ha quedado claro el porqué, pero su marido se volvió violento y adicto al alcohol y un día en un ataque de rabia asesinó al niño. Dorotea se trastornó y ahogó a su marido con una almohada. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho estaba tan arrepentida que subió al tejado de la casa y saltó al vacío.
Creo que sé lo que quiere, puede que esté buscando a su hijo para redimirse, tal vez me ha escogido a mí porque le recuerdo a él, te iré informando de lo que vaya haciendo.
Paul intentó seguir leyendo, pero los años le habían pasado factura al diario y algunas páginas se rompían y la tinta de aquellas que estaban intactas, en muchos casos, se había corrido, dificultando su lectura. Intentó descifrar qué ponía, pero solo conseguía entender pedazos sueltos.
Es peligrosa.
Viene a por mí.
Me ha descubierto.
El último día que Juan había escrito era un tres de septiembre.
Hace pocos días que falleció mi madre a causa de su enfermedad, estábamos muy nerviosos y discutí con Ana, la ha matado, ha asesinado a mi hermana y sé que ahora va a venir a por mí.
Por si alguien lee este diario, soy Juan Fraga, estoy algo asustado, no te voy a mentir, no obstante estos últimos meses he tenido un poco más de emoción, pero todo debe acabar en algún momento. Hay una mujer que me observa mientras duermo, me persigue durante el día, ahora mismo puedo sentir sus ojos, negros como el carbón fijos en mi nuca mientras escribo.
El escrito acababa ahí, ahora Paul no tenía forma de saber que le había hecho Dorotea a Juan, se levantó con la intención de ir hacia su cama y tirarse, derrotado, sobre ella. Sentado en el catre de Paul se encontraba un chico, ya le había visto horas antes de que Amelie muriera.
El espectro posó sus ojos sin vida sobre el niño, para luego pasar a observar el libro, se levantó y apareció frente a la mesa, agarró el diario.
—Sígueme —le dijo antes de salir atravesando la puerta de la habitación.
Paul andaba tras él, le hacía preguntas para intentar desvelar su identidad, pero el fantasma no le respondía, corrió por las escaleras del desván, aquellas que Paul había subido, donde encontró el diario, las mismas que según sus padres llevaban tapiadas muchos años.
El fantasma se paró en el centro de la estancia, la luz de la luna reflejaba sobre él, dándole un aspecto aún más siniestro del que tenía antes, Paul se acercó, el otro chico había dejado el diario en el suelo y ahora agarraba sus manos, todo se volvió oscuro.
Cuando Paul los abrió, no tenía ningún espectro frente a él, se encontraba en el desván, que estaba mucho más ordenado y sin cajas, por el ventanuco entraba la luz de una clara mañana, una respiración pesada sonaba detrás de él.
Dorotea sostenía el cuerpo de un chico que Paul no tardó en reconocer, era el espíritu que le había llevado hasta el desván.
—No te preocupes mi niño, pronto nadie podrá hacerte daño —trataba de tranquilizarle la mujer.
—La… que me… hiere… eres… tú.
La voz entrecortada del joven confirmaba los temores que Paul tenía, Dorotea estaba acabando con la vida de aquel chico, y el niño no podía hacer nada.
Algo llamó la atención de Paul en la escena, el diario se encontraba en el suelo, abierto por el día que acababa de leer.
El chico quedó inmóvil, tendido sobre los brazos de Dorotea, que lloraba desconsolada, estaba claro que el llanto se debía al fallecimiento del chico, que le miraba con los ojos abiertos, pero sin el brillo vital que tenían unos pocos minutos atrás.