Diario Fraga

Tesoros

Paul rebuscó en los libros de su tío otra vez, él conoció a Dorotea y por alguna razón que el niño desconocía le había guiado hasta un día en el diario que en sí no tenía información valiosa. 

En ese momento es cuando la volvió a ver, en silencio, Dorotea, le observaba desde la esquina, parcialmente oculta entre las sombras. Se acercó con lentitud al niño.

—¿Qué haces? —le preguntó al llegar donde él estaba —¿Estás leyendo cuentos? Yo nunca aprendí a leer, mi marido era el que me contaba historias, podrías narrar tú ahora —propuso con voz dulce, pero a la vez amenazadora.

El chico improvisó como pudo, simulando leer un cuento infantil, satisfizo los deseos del espectro, que escuchaba con atención. Parecía que la mujer disfrutaba de aquel momento, la sonrisa que se dibujó en sus fríos y pálidos labios era genuina.

Una vez Paul acabó de leer el relato, Dorotea se acercó a él para depositar un suave, pero frío beso en la frente del niño, al que se le pusieron los pelos de punta.

—Me lo he pasado muy bien, deberíamos repetirlo —dijo antes de desvanecerse.

Paul suspiró aliviado, parecía que la mujer había creído lo que el niño le contó, pero debía andarse con ojo, puede que la próxima vez no fuese tan fácil engañarla. Rebuscó lo más rápido que pudo en todos los libros que era capaz de alcanzar, sin embargo, no tuvo éxito.

Derrotado, el niño volvió a su habitación, sobre su mesa reposaba el diario de Juan Fraga. Decidió revisar de nuevo el día que su tío había indicado y para su sorpresa se percató de que no lo había leído todo, sino que faltaba una página, el día veinte escondía algo que Paul desconocía, debía localizar la hoja restante.

Revolvió las estanterías que halló en la casa, iba a contra reloj, si Dorotea le encontraba buscando sería su fin, lo estaba dejando todo hecho un desastre, pero la adrenalina que hacía que su corazón latiera cada vez más rápido no le permitía frenar.

Al no encontrar nada en el piso de abajo revolvió también las habitaciones del primero, entrar al cuarto de Amelie le creaba cierto respeto, todavía le venía el recuerdo de la trágica muerte de su hermana a la cabeza.

 En la habitación de la niña no había nada, al menos que Paul pudiese ver, cuando se disponía a salir para continuar su búsqueda, la madera del suelo se movió, haciendo caer a Paul. Parecía un puzle, había escondido algo debajo de los tablones y debía colocarlos de la manera correcta para descubrir qué era.

—Ya casi hemos terminado —escuchó decir a Juan —la respuesta anda cerca, date prisa, ella está viniendo.

Ante aquella advertencia, Paul intentó resolver el rompecabezas lo más rápido que pudo, sus manos temblaban por los nervios y se clavó alguna astilla, pero todo eso no importaba, acababa de conseguir desplazar los tablones, dejando un agujero visible en el suelo, allí se encontraban un martillo y la página desaparecida, en ella estaba escrito en mayúsculas lo que debía hacer.

Ya lo he descubierto.

PARA LIBERARLA, HAY QUE ENCONTRAR LO QUE LA LIGA A ESTE MUNDO Y DESTRUIRLO.

Al lado había una nota escrita con otra letra, la reconoció al instante, era la del tío de su madre.

Conservó el cuerpo del niño, en el desván guarda sus tesoros.

Paul sabía lo que debía hacer, ahora el problema era conseguirlo, era necesario que encontrase el cuerpo del hijo de Dorotea y destruirlo, del mismo modo que tenía que hacerlo con los restos de Juan que había encontrado en el desván.

 




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