Días de campo sangrientos

Capítulo 2

 

   -La música de los noventa fue la mejor -comentó Alberto, el tío de Carla, mientras manejaba su combi para llevarnos hasta su casa de campo-. Les voy a dejar un par de casetes para que se entretengan.

   -Gracias tío -dijo Carla-, ¿y la comida se la compramos al casero?

   -No, a Enrique; es un tipo (muy amable) que va y viene al pueblo, él se encarga de hacer las compras.

   -Bien -dijo su sobrina-¿Y el casero?

   -El casero se llama Miguel. Vive en mi casa cuando no hay nadie; pero, cuando es habitada se hospeda en una pequeña vivienda que hay a cien metros. Es un buen tipo, un poco solitario, pero trabajador.

   -¿Y cómo aguanta vivir tan lejos de todo y todos? -preguntó mi novia Luciana, quien siempre fue una romántica que no deseaba ver a nadie sin pareja.

   -Aunque no lo creas -contestó el tío-, es más placentero que estar rodeado de gente, edificios y contaminación. Yo voy a esa  casa para relajarme algunos días; pero, si no fuera porque tengo que estar en la ciudad por mi trabajo, viviría allí.

   -Para mí -volvió a hablar Luciana-, está muy alejado… El pueblo más cercano se encuentra a cuarenta kilómetros.

   -¡Es genial! -dijo Iván-, hay paz, silencio, naturaleza…

   -Es relativo -dije observando por la ventana el camino lleno de pasto y vacas-, por un lado, tenés paz, silencio y tranquilidad; por otro lado, estás lejos de un hospital, la sociedad, los policías…

   -¡Para que querés a un policía! -Expresó riendo Iván-, ya me convenciste: en el futuro tengo que vivir en el campo.

   -Es lo mejor Iván -comentó, riendo, el tío de Carla.

   Alberto aminoró la marcha, la combi iba a veinte para cruzar por un puente de madera que atravesaba un lago; miré a mi costado y noté un cartel artesanal (hecho de maderas y chapa) que decía: “Lago soledad”.

   -Nombre esperanzador -comenté con ironía.     

   -Así lo bautizaron los vecinos -dijo el tío de Carla-, gente que ya no vive por estos  lados; ocurrieron tres suicidios en distintas décadas… Las tres personas que se quitaron la vida, lo hicieron en días festivos y por perder a un ser querido… Por eso, el nombre del lago. A veces, la soledad en exceso puede volver loca a la gente.

   Hubo un silencio y una atmósfera de dramatismo se adueñó del vehículo.

   -¡Pero no se alarmen! -siguió hablando Alberto- Ustedes, sólo vienen por cuatro días y la van a pasar de diez.

   Reímos y pudimos ver que estábamos llegando a la casa. Era hermosa: su construcción era similar a la de una cabaña, una chimenea sobresalía entre el techo a dos aguas y una pileta enorme aseguraba el triunfo sobre el calor.

   -Llegamos, chicos -comentó sonriente, Alberto.

   Dejamos los celulares en la camioneta y bajamos con nuestras mochilas. El tío de Carla nos dio una bolsa con casetes.

   -Para escuchar música y VHS -dijo.  

   -¿VHS?

   -Sí, carlita -dijo Alberto abrazando a su sobrina- hay un televisor y videocasetera; la noche en el campo es ideal para ver películas de terror.

   -Yo tengo otros planes -comentó Iván mientras abrazaba y miraba a Carla.

   -Bueno -dijo Carla-, pero esos planes duran cinco minutos; después vemos las películas.

   Todos reímos y Alberto nos comenzó a enseñar la casa. Era rústica, pero con todas las comodidades modernas. Poseía tanques que recolectaban el agua de lluvia, purificadores, paneles solares y un aire acondicionado que funcionaba con un generador eléctrico. La cocina-comedor era grande y cómoda, contenía una mesa, cinco sillas, una mesada, un horno con hornallas, una heladera, una alacena con utensilios de cocina y un sillón de doble cuerpo al lado de la chimenea (el corazón de la casa). Un pequeño pasillo conducía a dos habitaciones y un baño. Afuera, a metros de la puerta de entrada, una pequeña galería con una hamaca para adultos con dos asientos, una parrilla, y la pileta tan deseada por nosotros. Afuera, pero del otro lado de la casa, había un cuarto con herramientas y una huerta orgánica que Miguel, el casero, mantenía constantemente.

   Nos acomodamos en nuestros cuartos (Iván y Carla en uno y Luciana y yo en otro) y escuchamos a Alberto que, desde el comedor nos llamaba:

   -¡Los dejo chicos! -dijo el tío de Carla-, espero que disfruten estos días. Fui a buscar a Miguel, el casero, pero no está en su casa, ya lo conocerán. Y quédense tranquilos -nos dijo señalando un teléfono-: van a estar sin celulares, pero, con este aparatito de línea podrán comunicarse con quien quieran por si les hace falta algo.

   Nos despedimos de él y, observando el teléfono, tuve un presentimiento de que en el futuro necesitaríamos es objeto.

 

      



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En el texto hay: crimenes, vacaciones, misterio amistad

Editado: 25.11.2021

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