Días de campo sangrientos

Capítulo 8

 

   Con mi novia nos encargamos de poner agua a calentar, ya era mediodía y aguardábamos que llegue Enrique con las provisiones, entre las cuales se encontraban los ravioles.

   -¿Habrá un loco por ahí afuera? -me preguntó mi novia un poco angustiada.

   -No creo -le dije sin mucha convicción y ocultando mi temor-; tal vez, fueron pibes que pasaban y mataron a Blondi por diversión…

   -Quien se divierte así, no está bien de la cabeza.

   Abracé a Luciana y besé su frente.

   -Mientras estemos todos juntos -le dije acariciando su cabello -no nos va a pasar nada.    

   Me besó en los labios y escuchamos bocinazos y un ruido a motor viejo: era el jeep de Enrique, había llegado con nuestro pedido. Los cuatro fuimos a su encuentro.

   -¡Llegué, chicos!

   -¡Te esperábamos ansiosos! -expresó Carla.

   -Iván -llamó Enrique a mi amigo-, me acordé de vos -señaló tres packs de latas de cervezas.

   -Te amo -le contestó Iván y lo ayudó, junto a mí, a descargar las mercaderías.

   Enrique sacó los tickets de las compras y se los entregó a Carla. Mi amiga se alegró de saber que el precio era menos del esperado, le pagamos y Luciana le dio la mala noticia señalando la pileta.

   -¡No lo puedo creer! -dijo Enrique- A Blondi la conozco desde hace diez años, Miguel debe estar destruido, era la única compañía del viejo.

   -Sí –asentí con mi cabeza y recién ahí me enteré, al igual que mis amigos, de que Blondi  era hembra.

   -Deben haber sido -nos comentó Quique- pendejos borrachos que se desviaron de la  ruta y vinieron a hacer quilombo.

   -¿Pasó antes? -le pregunté.

   -Sí, un par de veces… Acá, exactamente, no;  pero, sí por los alrededores.

   -Te prometimos la pileta -le dijo Carla-, pero entenderás que no se puede. Recién la estanos llenando.

   -No se preocupen por mí, voy a ir a hablar un rato con Miguel, debe estar muy mal.

   -Lo está -comentó Carla-. Y por lo de la pileta, podés venir más tarde o mañana.

   -Imposible, tengo muchos pedidos. Quizá, mañana.

   Terminamos de bajar todo y quique se fue hasta la casa de Miguel. Con mi novia colocamos los ravioles en la olla y Carla e Iván pusieron los platos, vasos y latas de cerveza en la mesa. Almorzamos afuera. 

   A la hora, Enrique volvió para saludarnos y se marchó.

   -Y bueno -se lamentó Iván levantando los brazos-, hoy parece que no va a haber pileta.

   -Nos podemos mojar con la manguera -intentó darle ánimo su novia-. No dejemos que esta situación nos deprima; a la noche organizamos una buena fiesta, tenemos música y provisiones…

   Un ruido a motor (más pequeño que el del jeep de Enrique) interrumpió a Carla; observamos hacía un costado y a cien metros se veía acercarse a un hombre en una moto.

   -¡Ese es mi primo! -gritó Carla levantándose de su reposera.

   A los pocos segundos el vehículo estaba al lado nuestro. Era una Gilera vc150 de color rojo. En ella estaba el primo de mi amiga y una muchacha que, al instante, supimos que era la novia. Ambos jóvenes estaban repletos de tatuajes: grupos de rock, nombres y dibujos de paisajes y criaturas.

   -¡No lo puedo creer! -expresó Carla abrazando al muchacho-, pensé que no venías.

   -Se solucionó todo en mi laburo y pude venir hoy -dijo él sonriendo.

   Nos saludamos y nos presentamos. El primo se llamaba Sebastián y su novia Valeria. Antes de que Carla los acompañe a acomodarse adentro (dormirían en el sillón del comedor), Sebastián, mirándonos a todos, nos preguntó quién era el hombre que estaba entre los árboles.

   Los cuatro nos miramos sorprendidos y en silencio.

   -¿Un hombre entre los árboles? -le pregunté.

   -Sí -dijo-, un viejo rengo. Llevaba un bastón. Estaba atrás de un árbol y parecía mirar para acá. Pensé que era el casero… Cuando vio que nos acercábamos con la moto, nos observó confundido y se alejó.

   -¿A qué distancia se encontraba? -le preguntó Luciana.

   -Cien metros -señaló Valeria y se peinó con la mano su larga cabellera rojiza.

   -¿Pasó algo? -preguntó el primo de mi amiga al ver nuestros rostros preocupados.

   -Ayer a la noche -le comentó Iván-, mientras dormíamos, alguien anduvo merodeando y mató a la perra del casero con un cuchillo.

   -¡Que horror! -expresó Valeria.

   -Por eso tuvimos que cambiar el agua -agregué-. Blondi, la perra, se encontraba flotando con el cuchillo clavado en su costado.

   -¿Creen que pudo haber sido ese tipo? -preguntó Sebastián.

   -Tal vez -dijo Carla-, luego le voy a preguntar a Miguel, el casero, si conoce a ese hombre rengo.



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En el texto hay: crimenes, vacaciones, misterio amistad

Editado: 25.11.2021

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