-¿Quién carajo era ese tipo? -preguntó mi novia indignada y tratando de entender algo irracional.
-Tal vez -contestó Carla-, nos quiso avisar que algo andaba mal.
La claridad, debido a los rayos del sol, comenzó a entrar a la casa e indicaba que el día sería caluroso. Intentamos tranquilizarnos, nos sentamos alrededor de la mesa y analizamos la situación:
-Estamos incomunicados -aseguró Carla- y la única forma de avisar lo que está sucediendo es yendo al pueblo.
-¿Y cómo vamos a ir? -preguntó Luciana- ¿Caminando cientos de kilómetros?
-Es una locura -comentó Iván-. La otra alternativa es esperar a que llegue quique para hacer otros pedidos.
-Enrique -nos aclaró Carla- vuelve mañana a la tarde, me aclaró que pasaba el domingo; y mi tío, nos viene a buscar el lunes. Estamos a sábado, tendríamos que aguantar todo este día hasta mañana a la tarde que llegue Enrique y nos vamos todos en su jeep y volvemos con ayuda.
-No queda otra -dije-. Tenemos provisiones y estamos armados. Si nos mantenemos alerta, juntos y serenos no nos va a ocurrir nada.
Nos miramos en silencio y, luego de unos segundos, continuamos hablando y decidimos ir a afuera (el día estaba caluroso), ya no teníamos tanto miedo como cuando la oscuridad se adueña del escenario y crea atmósferas más siniestras.
Desayunamos observando la naturaleza, todos se hallaban sentados en la reposera menos mi novia y yo, descansábamos en la hamaca para adultos.
-Creo -dijo Sebastián con lágrimas en sus ojos- que habría que enterrar a Vale. Me siento mal al saber que su cuerpo sigue tirado allá atrás…, en el cuarto de herramientas.
-Hay que esperar un día, Seba -lo calmó e hizo reflexionar, Carla-; debemos tocar lo menos posible el cuerpo y los alrededores hasta que llegue la policía e investigue que sucedió.
-Y ese hijo de puta -comentó Sebastián refiriéndose a Miguel-, ¿qué era lo que guardaba de los nazis?
-Tenía fotos de soldados marchando -le expliqué-, uniformados posando para la cámara y paisajes de Europa; también, una bandera con la esvástica.
-Y documentos -agregó Carla, sorprendiéndome-, también conservaba papeles en folios con nombres, direcciones, rangos, funciones y proyectos.
-¿Creen que Miguel sea un criminal de guerra?- preguntó mi novia.
-No creo -contestó Iván-. La segunda guerra terminó en mil novecientos cuarenta y cinco, supongamos que era un soldado joven de dieciocho años en aquel tiempo. Hoy tendría que tener unos noventa años, y Miguel no es tan viejo.
-Es verdad -dijo Luciana, arreglándose el pelo más de lo normal (desde chica realizaba ese gesto cada vez que se ponía nerviosa); igualmente, un fanático de esa ideología no puede tener buenos ideales.
-¡Ni hablar! -expresó Carla- Estaría de acuerdo con campos de concentración, exterminios, racismos y unas muchas cosas más.
-¡Ya sé! -gritó Sebastián interrumpiendo a las chicas y cambiando el tema- Puedo irme hasta la casa del vecino más cercano, tienen que tener teléfono, celular y algún vehículo.
-Buena idea -dijo Carla- ¡Vamos todos!
-No podemos ir todos -le señaló el primo-, en la casa tiene que estar siempre una persona por si llega alguien. Quédense, yo puedo ir solo. Me llevo el machete, con esto -dijo mostrándonos el arma- me siento seguro y no tengo miedo.
Sebastián almorzó con nosotros y se marchó a eso de las catorce horas, no quiso que ninguno lo acompañe, lo había tomado como un desafío personal y deseaba vengar la muerte de su novia Valeria. Los cuatro, sentados alrededor de la pileta, lo observamos marcharse y tuvimos miedo de que cometa alguna locura.
Mientras me abrazaba a mi novia Luciana y escuchaba el canto del zorzal que vivía en la higuera, una melodía de rock pesado interrumpió mi pensamiento: AC-DC. Iván había puesto un casete de la banda australiana y se zambulló a la pileta.
-¡Qué hacés! -le gritó Carla, molesta y sorprendida-, ponés música sabiendo que hay dos personas muertas a nuestro alrededor.
-Quiero despejarme un poco -contestó Iván mientras se volvía a hundir en el agua.
Carla, enfurecida, volvió a la casa cruzada de brazos y puteando al aire.
-¡Amor! -le gritó Iván- ¡No te enojes!, no estoy haciendo nada malo -nos dijo a Luciana y a mí-, es sólo música.
-¡Sí! -gritó Carla que volvió a salir de la casa- ¡Pero acaban de matar a la novia de mi primo! ¡Imbécil!
Carla se volvió a ir adentro e Iván siguió nadando. También me había sorprendido con la música, pero sabía que no lo hacía con maldad, siempre fue así, medio impulsivo. Con Luciana continuamos abrazados y nos dormimos sentados en las reposeras.