Una pequeña llovizna se hizo presente al mismo tiempo que el sol desapareció por completo; la luna y las estrellas estaban invisibles, todo el cielo estaba invadido por nubes negras y la oscuridad del campo nos producía miedo.
-Sólo nos queda esperar a Enrique -comentó Carla-, llega mañana y va a poder ayudarnos.
-Tenderemos que pasar otra noche acá -Dijo Luciana, abrazándome y expresando temor en su rostro.
Trabamos las ventanas y cerramos con llave las dos puertas: la de entrada y la de atrás. Iván se ofreció para cocinar (preparó unos fideos con verduras al horno).
-Va a llover -comentó Sebastián-, creo que tendría que tapar el cuerpo de Valeria con algún nylon.
-Sí -señaló Carla-, habría que protegerlo para que no se borren las huellas. Deberíamos hacer lo mismo con los cadáveres de Miguel y el viejo del bastón.
-De Miguel, no -dije-; si lo hacemos, se descubriría que Sebastián lo mató… Creo que le sería difícil explicar a la policía que lo hizo sin darse cuenta.
-No es nada -habló el primo de mi amiga-, yo voy a decir la verdad y…
-¡No! -expresó Carla- No tenés porque entregarte. Nadie quiso que esto pase; asesinaron a tu novia, fuiste a buscar ayuda y te sorprendió y asustó el tipo que creíamos que era el asesino. Cualquiera hubiera hecho lo que hiciste vos. La policía no te va a creer. A Miguel no lo tapemos, borremos las huellas del machete y arrojemos el arma cerca del cadáver. Cuando se descubra todo esto, pensarán que el mismo que mató a Valeria y al hombre del bastón, clavó el arma a Miguel.
Estaba de acuerdo con Carla, sin embargo me asombraba que estemos razonando de esa forma: borrar huellas, esconder un crimen… Parecía mentira estar, un fin de semana que pretendía ser de placer, analizando qué hacer con tres muertos que se encontraban alrededor de la casa.
-Es lo mejor -afirmó Iván-, tenemos que hacer lo que dice Carla.
-Y rápido -señaló mi novia, mirando por la ventana-, en unos minutos comienza a llover.
Los cuatro (menos Iván que se quedó cocinando) fuimos al cuarto de herramientas, allí agarramos varios nylons de un metro de largo (estaban ahí para la huerta). Luciana y Carla se quedaron envolviendo el cuerpo de Valeria y con Sebastián nos dirigimos a tapar los otros cuerpos, el primo de Carla llevaba el machete y yo un cuchillo. Cuando nos acercamos a donde estaba el cadáver del viejo del bastón, la lluvia se hizo presente con gran fuerza. Comencé a envolver al muerto y Sebastián se fue corriendo hasta donde estaba Miguel. Debía limpiar el machete de huellas y dejarlo cerca del casero.
-¿Es muy lejos? -le pregunté antes de que se vaya.
-No, acá a cien metros.
A los pocos segundos lo perdí de vista debido a la oscuridad y la lluvia. Cubrí el cuerpo del hombre del bastón y volví a la casa. En el camino sentí un fuerte dolor en el tobillo, me había lastimado con algo. Continué la marcha y llegué a la cabaña empapado.
-¿Y mi primo? -preguntó Carla.
-Fue a tirar el machete al lado de Miguel.
La comida ya estaba servida. Fui al baño a cercarme y a cambiarme. Me senté a la mesa y observé el rostro de preocupación de Carla.
-Son cien metros -le dije-, debe estar volviendo.
-Tendríamos que ir a buscarlo -comentó Iván, al mismo tiempo que apagaba el fuego.
-Bueno -dije-, vamos nosotros dos -mirando a mi amigo.
-No -me frenó Carla-, yo todavía no me cambié y vos seguís mojado. Mejor, voy yo con Iván.
Con Luciana servimos los fideos con verduras asadas y Carla e Iván salieron cubriéndose con un nylon.
-Esperemos -comentó mi novia tomándome la mano- que no suceda otra tragedia.
Los observamos irse desde la ventana de la casa, en un minuto se perdieron de nuestra vista debido a la oscuridad. Con Luciana manteníamos nuestros cuchillos preparados por si pasaba algo. El viento empezó a ser más fuerte y parecía querer arrancar las paredes y el techo de la cabaña. Cada segundo era una eternidad y el hambre que tenía se había esfumado de repente.
-¡Ahí vienen! -dijo Luciana.
Observé que venían los dos corriendo hacia la casa.
-¡No está! -gritó Carla, llorando, apenas abrió la puerta-, no lo pudimos encontrar.
-Vimos el cuerpo de Miguel -agregó Iván-, pero no hay rastros de Sebastián. Lo llamamos a los gritos y nada.
-¡Y es imposible ver algo! -agregó Carla.
-¿Y ahora qué hacemos? -preguntó mi novia muy angustiada.
-Lamentablemente, tenemos que esperar -dijo Carla y volvió a llorar.
-Sí -agregó Iván-. Si vamos a buscarlo en medio de la oscuridad y la lluvia, puede que terminemos todos muertos, ese loco maníaco está cerca y no sabemos qué armas tiene y si está solo. Debemos mantenernos aquí.
-Y rogar que no le haya ocurrido nada a Sebastián −señaló Luciana.