Días de campo sangrientos

Capítulo 18

 

   Se escuchaban los grillos y las ranas, la luna iluminaba parte del campo y las ramas de los árboles no cesaban de moverse por efecto del viento. Salimos de la casa y comenzamos a llamar a Iván mientras andábamos lentamente y observando para todos lados. Luciana caminaba agarrada con fuerza a mi hombro y se encontraba muy asustada.

   -¿Qué habrá pasado? -me preguntó al oído.

   -Tranquila, ya lo vamos a encontrar -le dije para calmarla, pero sin creer en mis palabras.

   Carla, a medida que avanzábamos, gritaba más fuerte:

   -¡Iván!, ¡Iván!

   Con Luciana también lo llamábamos y nada. Llegamos hasta donde se encontraba, envuelto en un nylon, el cadáver del hombre del bastón. Decidimos volver y revisar atrás de la casa. Cruzamos la pileta, llegamos a la huerta y vimos a Iván tirado sobre la plantación de tomates. En el abdomen tenía atravesada una horquilla metálica de cuatro dientes.

   -¡No! -gritó su novia.

   -¡Iván! -me acerqué corriendo a mi amigo.

   Los tres comenzamos a llorar y Carla notó que tenía pulso y respiraba.

   -¡Voy a ver si le puedo sacar la horquilla! -dije y tomé el mango de la herramienta.

   Lentamente, fui sacando los dientes de metal que estaban clavados en su panza. Mi amigo realizó un leve suspiro, tuvimos la esperanza de que pueda continuar en este mundo. Saqué del todo la horquilla de su cuerpo y la arrojé a un costado.

   -¡Ahora vamos a levantarlo! -ordenó Carla-, con cuidado; a la cuenta de tres lo subimos y lo llevamos hasta la cama del cuarto.

   Mi amiga dio la orden y entre los tres lo levantamos y llevamos hasta la casa. Lo hicimos rápido y vigilando que nadie ande cerca. Llegamos al cuarto y lo colocamos en la cama. Parecía estar en coma.

   Con Luciana volvimos a trabar la puerta y nos aseguramos de que nadie haya entrado a la casa mientras buscábamos a Iván.

   Eran las tres de la mañana y nos encontrábamos en el cuarto de Carla e Iván rodeando a mi amigo y esperando que pueda volver a sentirse bien.

   -Si logra hablar -mencionó Luciana-, nos podría decir si es una persona o varias las que están rondando por la casa.

   -Sí -expresó Carla limpiándose las lágrimas-, pero ahora eso es lo de menos; lo único que quiero es que mi amor siga vivo.

   Me fui al comedor para calentar el té que habíamos dejado, nos caería bien aunque sabía que ya no podríamos relajarnos. Prendí la hornalla y abrí las cortinas para observar por la ventana: la madrugada continuaba igual; pero, por unos segundos, me pareció ver un rostro encapuchado que observaba desde atrás de un árbol. Luego, comprendí que las sombras me jugaban una mala pasada.

   Una vez que estuvo el té, lo serví en las tres tazas y lo llevé al cuarto. Los tres, sentados alrededor de Iván, consumimos la bebida en silencio y esperando que llegue el amanecer y con él, Ernesto.

   Carla abrió la cortina de la ventana de la pieza.

   -Esperemos -dijo mi amiga- que amanezca y llegue rápido Ernesto.

   -Va a terminar esta pesadilla -comentó Luciana y me tomó de la mano.

   Seguimos tomando el té en silencio, observando a Iván y esperando la llegada del sol.

 

 



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En el texto hay: crimenes, vacaciones, misterio amistad

Editado: 25.11.2021

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