Días de campo sangrientos

Capítulo 19

 

   Luciana se durmió apoyando su cabeza en mi hombro, eran las cuatro de la mañana. Carla, que al igual que yo no se podía dormir, luego de tomar el té, se fue a la cocina para preparar mate.

   Observé el rostro de Iván y recordé algunos de los mejores momentos de mi vida junto a él: el día que me defendió cuando un pibe de un grado más grande me quiso pegar, los partidos de fútbol en el barrio, las veces que nos rateamos en secundario para evitar alguna evaluación, el viaje de egresados, los fines de semana en los boliches, los recitales, el día que conocimos en una pileta a nuestras primeras novias y las canciones que cantábamos los domingos en la cancha. Pensar en Iván era pensar en parte de mi vida, no podía imaginar un año de existencia sin él.

   Luciana despertó y luego de bostezar se acomodó mejor en su silla.

   -Desde que llegamos -comentó-, tuvimos anuncios de que ocurrirían episodios desagradables. Todo comenzó con la historia de lago Soledad.

   -Sin embargo -habló Carla mientras entraba al cuarto con el termo y el mate-, a esa historia la conozco desde que soy chica y nunca me  pasó nada. Creo que no tiene nada que ver con todo esto.

   -Sí, puede ser -señaló Luciana-. Pero desde que llegamos sentí una presencia..., no sé…, algo terrorífico.

   -Sí, tenés razón. Ahora hay que esperar que llegue Ernesto y poder pedir ayuda y salvar a Iván.

   -Por lo poco que sé -dije-, el lago Soledad generaba tristeza, depresión, melancolía…

   -Siempre se dijo eso -agregó Carla-, pero creo que depende del estado de la persona. Si es frágil y con miedos, lo más probable es que, al conocer la historia del lago, se ponga susceptible y permita que entre la depresión a su ser; en cambio, si es una personalidad segura y protegida, logrará esquivar ese malestar emocional.

   -Como la magia negra -agregó mi novia-. Creo que afecta a aquellos que creen en ella y se sienten desprotegidos.  

   -Todo es un tema cerebral -señaló Carla alcanzándome un mate. 

   Iván realizó un suspiró y nos ilusionó con una pronta recuperación.

   -Mi amor -le habló Carla-, ¿ya podés hablar?

   Mi amigo abrió los ojos (después de que lo encontramos herido, era la primera vez que lo hacía) y nos observó a todos lentamente. Intentó abrir su boca, pero no pudo.

   -Tranquilo -le señaló Luciana-, no te esfuerces en querer hablar. Ya te vas a recuperar.

   -Sí, mi amor -Carla le tomó la mano-. Ahora descansá. Ya te vas a poner bien. No te procupes. Te estamos cuidando.

   Iván quiso hablar nuevamente y al darse cuenta que no podía, cerró los ojos y continuó durmiendo.

   El sol ya había salido y el reloj marcaba las seis de la mañana. Carla, con cuidado, abrió la ventana del cuarto para que entré la claridad del sol y el viento (hacía mucho calor).

   -Parece que el enfermo ataca de noche -dijo observando los alrededores.

   -Yo también creo eso -señalé.

   -Igualmente -agregó mi novia-, no dejen de lado los cuchillos. Tenemos que estar atentos.

   -Por supuesto.

   Con Luciana decidimos salir a sentir el amanecer y el pasto en los pies. Fuimos con nuestras armas y nos sentamos cerca de la puerta de entrada de la casa para entrar rápidamente si veíamos a alguien. Esperábamos ansiosos la llegada de Ernesto.

   Me hizo bien sentir algo de viento y respirar profundo. Nos sentamos apoyando espalda contra espalda. El zorzal de siempre no paraba de cantar y algunas hormigas llevaban hojas y ramas hasta una montaña de tierra que se hallaba a diez metros de donde estábamos.

   -Ellas siempre igual -mencionó mi novia señalando a la hilera de hormigas-. Caminan, recolectan, crean su casa y listo; nosotros, los humanos, no. Necesitamos abarcar todo, destruir, matar. ¡Que sencilla sería la vida si fuéramos como hormigas!

   -Pero no seríamos humanos -le dije-, eso nos diferencia del resto. Somos religiosos, psicológicos. ¿Te imaginás a una hormiga asediando a otras hormigas que se encuentran en una casa? ¿Y que su objetivo sea matar a esas cuatro hormigas? No sucede.

   -Ni siquiera, imagino a cuatro hormigas yéndose a descansar cuatro días a un hormiguero de veraneo.

   -Claro, ellas están determinadas  por la  naturaleza. Hacen siempre lo mismo; nosotros, no.

   -Tomen chicos -interrumpió nuestra conversación Carla, ofreciéndonos un vaso de limonada a cada uno-. ¡Por dios!, no llega más Ernesto.

   La espera se hacía eterna. Nuestra amiga compartió un par de palabras con nosotros y volvió al cuarto a cuidar a Iván.

 

 



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En el texto hay: crimenes, vacaciones, misterio amistad

Editado: 25.11.2021

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