Días de campo sangrientos

Capítulo21

 

   Con Luciana nos encontrábamos sentados a cinco metros de la pileta. Observábamos, bajo la sombra de un árbol, como el sol de las tres de la tarde se reflejaba en el agua. El día continuaba caluroso y los nervios nos seguían invadiendo al no ver llegar a Ernesto.  

   -¿Y si le pasó algo? -me preguntó mi novia interrumpiendo el silencio de minutos que llevábamos observando la pileta.

   -Es lo que pensé hoy en el almuerzo -le confesé-, tengo miedo de que haya sido interceptado por el loco que nos acecha.

   -Sería terrible eso…

   -Habría que esperar hasta las diecisiete; si no aparece, voy a tener que ir caminando a buscar ayuda.

   -¡Estás loco!, te puede pasar algo.

   -Eso no me preocupa. No quiero ir para no dejarlos a ustedes solos.

   Escuché el ruido de una rama ceca quebrándose. Miré hacia atrás y se acercaba a nosotros Carla. Llegó caminando lento y con su rostro cansado.

   -No podés irte, Fede -me dijo-. Tenemos que mantenernos juntos. Yo también pensé en ir a buscar ayuda, pues parece que Ernesto no va a venir… Tendríamos que ir todos, pero no podemos, hay que cuidar a Iván. Si vas solo te podría pasar algo. Debemos esperar un día más. Mi tío, viene mañana.

   -¿Y si tampoco viene? -preguntó casi llorando, Luciana.

   -Ahí, sí. Tendremos que irnos… Ahora, solo nos queda esperar.

   Un clima de angustia y desesperación comenzaba a rodearnos. En un momento, en mi mente se cruzó la imagen del lago Soledad; parecía que estábamos siendo absorbidos por la historia de aquellas aguas y la influencia que se decía que provocaba en la gente.

   Carla se fue a bañar y nos pidió que alguien se quede con Iván. Luciana fue al cuarto y yo me senté en una reposera al lado de la puerta de entrada de la casa. Me encontraba armado, rogaba que aparezca Ernesto y vigilaba que nadie desconocido se acerque. Comenzó un viento fuerte que logró combatir el calor que nos acechaba; teníamos abiertas las ventanas y la puerta para que entre el aire fresco, pero vigilábamos continuamente.

   En el momento en que mi amiga salió del baño, Luciana gritó (su voz expresaba alegría) que Iván parecía estar mejor y se esforzaba por hablar. Fuimos corriendo al cuarto.

   -¡Mi amor! -expresó Carla-, tranquilo ¡Estás mejor! ¿Podés Hablar?

   Iván abrió su boca, pero no lograba emitir sonido; luego, movió su brazo derecho y tomó fuertemente la mano de su novia. Su cabeza y resto del cuerpo parecían estar congelados. No se lo veía muy bien, pero era un avance.

   -¡Está mucho mejor que ayer! -dije con una sonrisa en mis labios-, va a progresar.

   Carla se sentó en la cama y lo abrazó tiernamente:

   -No te esfuerces -le habló tranquila y dulcemente-, ya vas a estar mejor. Estamos esperando a Ernesto, cuando llegué vamos a poder ir a un hospital y allí te van a curar.

   Observé por la ventana, el día seguía corriendo y lo único que se escuchaba era el cantar de los pájaros; el ruido del jeep, de cualquier vehículo o de personas hablando, parecía un sueño imposible. La aguja del reloj continuaba pasando y recordé que la puerta y las ventanas se encontraban abiertas. Volví al comedor y me senté en una silla, sosteniendo mi cuchillo, para vigilar que nadie se acerque a la casa.

   El silencio de la hora de la siesta se hizo presente y sentí miedo. Cerré la puerta con llave y sólo dejé abiertas las ventanas. Luciana salió del cuarto, vino al comedor y se durmió sentada al lado mío y con su mano cerca del cuchillo que se encontraba en la mesa. El calor comenzó a ser insoportable y, mientras me abanicaba con una revista vieja, el sueño inundó mi cabeza. Hice un esfuerzo por no dormirme, debía estar atento.

 

 



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En el texto hay: crimenes, vacaciones, misterio amistad

Editado: 25.11.2021

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