Dias en la tormenta

2

–Éramos víctimas de un monstruo totalmente antinatural que en medio de la tormenta encontró la manera de abrirse camino a nuestro mundo, los hombres y yo lo vimos cuando llegó. Detrás de él la luz de lo que parecían los faros de una camioneta le dibujaban las alas de un demonio. Se manifestó como un hombre y se sentó en la mesa del centro a beber whisky con leche en un vaso de grabado excéntrico, y siempre se presionaba un costado como si algo le doliera. El dueño del bar, Aron Semus; ese viejo amargado de canas duras con la joroba hecha jirones y su cara agría repleta de picaduras de insectos lo vio entrar antes que todos y lo miró fijamente por buen rato. El hombre pasó casi una hora sin pedir algo, no hablaba con nadie. Se servía sus propios tragos y comenzaba a irritar al viejo cada vez más; con ese cuerpo sin un gramo de grasa se podía ver cómo le borboteaba la sangre al viejo Semus, y las venas de su ceño fruncido le brincaban como dando latigazos en la piel… Entonces se le acercó y comenzó a amenazar al sujeto…

¡Aquí no es ningún antro para idiotas sin dinero! ¡Pide algo o lárgate!” Le gritó cuando lo jalaba del abrigo. Fue justo ahí cuando todo comenzó…
—Yaggo hizo una pausa muy prolongada, habló en voz baja balbuceando una sarta de preguntas para sí mismo y parecía que estaba a punto de desvanecerse: tocaba su frente y limpiaba el sudor secándose en la nuca. Cuando volvió en sí desvió la mirada de los reporteros y oprimió su vientre con ambas manos sintiendo nauseas— Ahora mismo me pregunto si alguien más pudo notar el grabado en la manga de esa enorme gabardina manchada de oxido con enormes remaches escurriendo suciedad por toda la pieza. Decía con una letra horripilantemente fea <<Juicio universal>> yo me pregunto si acaso nos juzgaba a nosotros. Si eso era lo que hacía esa noche…

Se miraba por debajo del sombrero su cara de viejo sin brillo, con muy poca vida en su mirada, era limpio, pero apestaba más que toda la mierda en las botas de todos los ebrios. El tipo no encajaba, no tenía una sola cicatriz o imperfección como el resto, vestía debajo de esa horrenda gabardina, un montón de camisas de diferentes colores, todas abrochadas hasta el cuello, un tipo ridículo. Él susurraba con palabras furiosas viendo sus tragos antes de hincarles un fondo y parecía obsesionado con la cosa en su costado. No dejaban de bailarle los ojos entre lo que ahí escondía y su extraña combinación de leche fresca y whisky. Al principio lo creímos un loco vagabundo, un perdido que buscaba refugiarse del frío dentro del húmedo calor del bar con su espeso hedor a vómito, colonia, y grasa de motor impregnado en la madera de todo el lugar. Pero las líneas entre él y el viejo Aron eran de los más estúpidas, el hombre no ponía atención a las amenazas del viejo.

Fue entonces que Lloyd y Mouri intervinieron por el desconocido. Se pararon de sus mesas tambaleándose de un lado al otro como un par de ebrios para socorrer al extraño… La verdad no éramos tan malos como pensaría cualquiera, solo éramos gente olvidada en el camino, hombres cansados y sin ánimos de mover un solo pie. Deseando beber hasta embriagarnos y olvidar los pesados días en carretera con los camiones repletos, los fatídicos días en la mina en la lejana oscuridad, limar las asperezas de esas jornadas del diablo con pocas horas de sueño; solo dejarnos perder un rato antes de volver a desaparecer del pueblo por varios días, olvidando poco a poco nuestras familias y hogares, o nuestros días al calor seco por las vías en busca de un sueño mejor, y por las montañas cada día más muertas con esa maleza enferma —Yaggo se desvió un por un breve instante, sintiendo que debía sentir el pesar de su vida y encontrar reflexión sobre lo mucho que había ocurrido. A nadie pareció importarle de nada lo que él tuviera que decir sobre sus días de inmigrante, las plumas dejaron de escribir, las grabadoras dejaron de grabar y el silencio de todos se deformó en jadeos de cansancio y fastidio, pero nadie se atrevía a detenerlo, a sacarlo de su confesionario interno— Muchos de nosotros no teníamos familia— Habló de nuevo— otros apenas y las conocían. Yo era uno de esos. Conocí a mi hijo apenas lo suficiente para reconocer su rostro cuando me lo mostraron, pero mi cuerpo no reaccionó, no tenía nada que llorarle… lo veía con lástima, sentí el peso de los costales en mis ojos y en el reflejo de la mesa de metal donde descansaba mi niño no pude siquiera tirarle una sola lágrima… estaba seco, yo estaba viendo a un desconocido inconsolable frente a mí y afirmando que de verdad lo conocía. Mis recuerdos de él eran casi polvo. No sufrí por no haber estado ahí para él y creo yo que, más bien… Si todo hubiera sido al revés y mi hijo Mauri estuviera vivo, digo si mi cuerpo estuviera tendido en esa mesa y no el de él, sería mi propio hijo quien no reconocería a su padre —Yaggo continuó su relato luego del pesar de su moral rendida al súbito de reflexiones sobre su pasado. Narró muy poco de su vida como inmigrante, de su vida como transportista de minerales a la refinería en una ruta monótona entre el frio de Sagonia y la carretera de Mell y de cómo anhelaba girar el volante y trazar una nueva ruta por el desierto hasta las grandes ciudades, soñando vender el camión a algún extraño en el camino, usar los minerales para pagar su primera renta y buscar empleo como carguero en el ferrocarril o en algún mercado. Entonces sus manos endurecidas le pesaban como lingotes sobre el volante, luchaba por un corto trayecto para no escapar de algo que sabía que no terminaría bien. Por fin después de una terrible migraña tratando de recordar oscuros detalles dejó de desvariar. Entonces retomó la historia del bar y su paranormal antagonista–

Lloyd y Mouri eran como el alma del lugar. Siempre nos alegraban la noche con sus historias de los cañones de pólvora en la frontera de Manboro, del misterioso sendero fantasma en Yulan donde desaparecían los soldados, de cómo llegaron a la ciudadela en el gran ferrocarril antes de ser fugitivos de la misma y llegar aquí a Sagonia, nos contaban de sus primeros días en la mina diciendo “A que no es tan malo tener un trabajo, la paga no es tan mala como lo es el trabajo”—La mayoría de nosotros juntaba dinero para viajar hacia el norte, a la ciudadela para conseguir trabajo en la estatal o  en el gran mercado. Los más viejos se habían acostumbrado tanto a la vida en la mina que ya no deseaban irse e incluso Don Eli a sus setenta y tres años después de cinco años de trabajar en la mina usó el dinero de sus ahorros para comprar los terrenos del matadero y los campos de cebada. Llevó a sus hijos y a su esposa y les enseñó todo lo que aprendió de sus viejas notas sobre la vida en el campo… Pero, en fin. Eran Lloyd y Mouri los que detenían cualquier pelea y siempre estaban calmando a ese viejo crispado de sus achaques de rabia. Así que esta vez se le pegaron al hombre extraño y convencieron a Aron de que ellos pagarían sus tragos, le soltaron unos billetes por las molestias y el vejestorio de Aron no lo pensó ni dos veces para abalanzarse sobre el dinero.




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