DOUGLAS
Bostezo mientras me recuesto en la columna de la escuela.
Algunas personas pasan y me miran pero cuando encuentro sus ojos con los míos, retiran su vista. No me importa que me observen y me juzguen, he aprendido a vivir sin darle valor a las opiniones y pensamientos de quienes no aportan nada en mi vida.
De todas formas no veré a nadie de aquí después de graduarme. ¿A quién le importa si creen que vendo drogas o las consumo? Que piensen lo que quieran, yo sé quién soy y eso me basta.
Reviso mi teléfono y le envió un mensaje a Ty, luego uno a mamá. Ella me contesta inmediatamente, me avisa que está terminando de editar su libro y yo le deseo mucha suerte.
—Eh, hola —Lester se aparece, él mira hacia el pavimento.
Le doy una palmada en el brazo. —Bien, ya podemos irnos.
—Um… falta Angeline —me recuerda.
Ruedo los ojos, preferiría no trabajar con esa niña presumida. —Ah, sí, ¿seguro que vendrá? Debe estar tomándose fotografías en algún lugar.
Lester niega, rascando su cuello por detrás. —Angeline no es tan mala.
Lo miro mientras él evita mis ojos. Su rostro es como “de niño bueno” así lo expresaría mi abuela. Pero si lo miras por detrás, puede que esa no sea la primera impresión que tengas de él. Su altura es impresionante.
— ¿Cuánto mides? —le pregunto.
Él finalmente me ve. —Ah, pues, no me he medido últimamente pero creo que como un metro con setenta y nueve.
—No —estoy seguro que esa no es su altura—. Mides más que eso, yo mido uno ochenta y tres.
Se encoje de hombros con una sonrisa tímida. —Entonces un metro ochenta y cuatro.
Ese comentario es tan tonto, muy al estilo de los chistes que hace Ty que me hace sonreír. —Claro, seguro mides eso.
Lester aprieta sus labios. Solo lo veo por uno segundos más antes de notar que Angeline pasa a un lado de nosotros.
No va sola, está con dos chicas más y tres chicos. Sé que uno de ellos es Seth, porque es uno de los mayores idiotas de aquí. También reconozco a esa tal Daniela, es igual de irritante que su amigo. Los demás son rostros de los cuales no recuerdo sus nombres aunque es difícil olvidar cada vez que los he visto actuar mal con otras personas.
Angeline no nos voltea a ver, sigue avanzando mientras uno de los chicos le coloca la mano en la cadera. Ella mueve el rostro, como apartándolo para que no la reconozcamos.
Sé que nos está ignorando.
—Um, ahí está ella —Lester señala en voz baja.
Sonrío de lado. Seguro finge que no nos ha visto para no tener que acercarse con nosotros frente a sus idiotas amigos. —No creo que vaya a trabajar con nosotros hoy —le aviso.
No creo que quiera arruinar su reputación por un trabajo escolar.
Lester niega, aun con esa mirada bondadosa. —Tal vez solo va a despedirse.
Lo miro y hago una mueca. —Mejor vámonos, hagamos algo entre nosotros y la sacamos del grupo.
—Ah, eh, no sé si eso…
Resoplo. —Tranquilo, no haremos eso si no quieres —es demasiado tolerante con ese tipo de personas, no puedo ser como él—. Pero sí deberíamos empezar nosotros, ¿no? Que ella se ocupe de lo que sea que falte, no vamos a esperarla.
Lester asiente pero sigue esperando que ella se acerque, sin embargo, Angeline se sube a un auto y en menos de un minuto se ha ido sin darnos una excusa tonta como que tiene que celebrar algún cumpleaños.
—Se fue —susurra tristemente.
Sonrío y acomodo mi cabello. —Gracias a Dios —muevo mi cabeza señalando a la salida—. Vamos, no la necesitamos.
Camino y Lester me alcanza. — ¿Estás seguro que quieres hacerlo sin Angeline? Podríamos reunirnos otro día.
Sacudo mi mano. —No, podemos hacerlo solos.
No me importa si Angeline está o no, ni siquiera me cae bien.
—Bien —responde—. Entones… íbamos a ir a su casa, ahora, ¿A dónde?
—A la mía —afirmo.
No me molesta que alguien como Lester esté ahí y que conozca a mis hermanos. Angeline era un problema, siendo ella amiga de todos los idiotas de la escuela seguramente aprovecharía cada detalle sobre mi vida personal para crear algún rumor tonto pero Lester es un chico tranquilo y diferente a ellos.
O esa es la impresión que me da, por alguna extraña razón.
—Um, ¿Seguro? —pregunta.
Siempre que habla suena como si su voz temblara levemente.
—Seguro —respondo—. Oye, ¿Cómo es que ella sabe que vivimos cerca? ¿Vives cerca de mi casa?
Rasca su cabeza. —Bueno, no estoy seguro, creo que ayer pasó por donde tú vives y luego llegó conmigo.
Esa chica es rara. —Ah, ya veo, entonces vivimos cerca.
—No sé —admite—. Eso me dijo ella, pero no sé dónde vives.
Yo solo avanzo tomando el mismo camino desde hace un mes.
Levanto mis ojos al cielo, el clima sigue sintiéndose cálido aunque hay más viento. Me gustan los días así, me gusta poder caminar sin suéter pero no sudar sin parar.
Cuando era niño solía subir al techo de la casa que teníamos antes de mudarnos por primera vez y me acostaba por mucho tiempo ahí.
Me gustaba pensar que en otro país, había un niño tirado sobre el techo, sobre el césped o sobre donde sea, viendo hacia el cielo. Quería imaginarme que estaba conectado con alguien más, que él también disfrutaba de estas tardes refrescantes.
Luego mi familia pasó por ese momento oscuro, uno que tardé años en comprenderlo en totalidad y tuvimos que mudarnos. Las otras casas obviamente tenían techos pero ninguna estaba en ese lugar que tanto me gustaba. No eran suficientemente altas, ni tenían un árbol tan grande que sus ramas me llevaban hasta mi lugar especial y secreto.
—Este es el camino a mi casa —dice en voz baja.
Levanto el brazo para señalar al frente. —Por ahí está mi casa, en la siguiente cuadra.
Caminamos en silencio, normalmente ando escuchando música o paseando mis ojos por todo lo que hay a mi alrededor. Veo a los pájaros detenerse para tomar ramitas o algo de comida entre el pasto, veo a las personas hablar por teléfono o pasearse con sus mascotas. Me gusta el sonido de las calles poco concurridas, con conversaciones lejanas y ruidos difíciles de descifrar su origen.
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Editado: 15.06.2023