Dias Soleados

Capítulo 20

DOUGLAS:

Hemos llegado.

Ese viaje fue de veinticinco minutos pero Angeline no dejaba de hablar y se sintió tan extenso. No puedo decir que solo quería tirarme fuera del auto pero sí estaba un poquito estresado.

Bajamos luego de estacionarnos y señalo al fondo. —Es ahí.

Angeline mira el rotulo “rehabilitación” — ¿Qué es aquí?

El lugar es una casa de dos plantas, bueno, así parece por fuera. Adentro es distinto todo, con salones de reunión, un área al aire libre y un espacio para diferentes talleres.

Lester cierra el auto con la alarma y se coloca a mi lado.

—Es un centro de rehabilitación para personas con adicciones —explico—. No viven aquí pero es como… digamos que es una ayuda extra a adicciones no tan comunes.

— ¿Alcohol? —pregunta Lester.

No sé cómo explicarles esto sin dar muchos detalles. —Mejor entremos, Verónica está esperándonos.

—Verónica —Angeline camina a mi lado izquierdo, Lester en el derecho—. ¿Ella también es una adicta?

La miro desaprobándola. —No hagas esos comentarios, ¿bien?

Chasquea la lengua. —No lo decía en un mal sentido, Douglas.

—Pero llamar a las personas “adictas” las resume a eso, a su situación actual y cada persona, aunque esté llena de problemas, es más que “una adicta” —digo, con los ojos al frente.

Escucho que Angeline murmura: —De verdad no era para ofender.

Llegamos a la entrada, empujo la puerta de vidrio oscurecido y me muevo hasta el mostrador en la recepción.

Ahí está ella, Verónica, una señora de casi sesenta años encargada de todo este lugar. Junto con su esposo iniciaron este proyecto que comenzó en la sala de su antigua casa, con el tiempo y mucho trabajo, adquirieron este lugar para poder recibir a más personas.

Le muestro una sonrisa, confiando que no dirá nada más luego de pedirle que mantuviera la conversación limitada a nuestras preguntas. Ella aceptó sin problema, lo comprende mejor que nadie.

—Hola Douglas, ¿Cómo estás? —pregunta con su tono amigable.

Le sonrío. —Bien, gracias —señalo primero a Lester—. Este es Lester y ella es Angeline, son los que ya te había mencionado.

—Claro —señala al fondo, a la sala de espera—. ¿Por qué no se sientan por allá? Solo enviaré unos correos y los ayudaré.

Lo hacemos, tomamos asiento en los sofás de terciopelo azul. A un lado hay un ventilador blanco, está apagado y las ventanas están a medio cerrar, con las cortinas blancas sueltas, moviéndose con el poco viento que sopla.

Angeline recorre todo el lugar con sus ojos, moviendo la cabeza de un lado hacia el otro. Se detiene al encontrar el rotulo con la frase: “Nadie está demasiado perdido”

—Um, creo que deberíamos sacar algo para apuntar —Lester sugiere, acomodándose sobre el asiento.

Tomo mi teléfono. —Podemos grabar, ya le había hablado antes y sabe qué venimos a hacer.

Angeline sigue mirando a su alrededor, estudiando cada rincón. Sus ojos se entornan hacia la mesa del lado contrario, donde hay unos folletos. Yo bajo la mirada, no quiero que haga muchas preguntas sobre este lugar.

Sin embargo, se levanta y toma un par.

Por suerte, Verónica se acerca y ella regresa a su asiento. Verónica camina lento, despacio y recostándose en las paredes. Angeline me mira como si quisiera ayudarla pero yo niego, ya lo entenderá después.

Verónica se sienta en el sofá más cercano y suelta aire, pero sonríe. —Bien chicos, ¿Qué desean saber?

Le doy un codazo suave a Lester para que hable. —Ah, eh, sí —aclara su garganta—. Pues tenemos una clase y tenemos que investigar sobre clases de discriminación, nosotros escogimos el capacitismo y pues, sí, queremos saber sobre eso sí no le molesta.

—No me molesta —responde, tranquila—. Muy bien, pueden hacer todo tipo de preguntas, no se preocupen.

Angeline me mira. — ¿No vas a grabar? Yo lo haré también.

Ambos colocamos los teléfonos sobre una pequeña mesa de madera en el centro, a un lado de un jarrón cuadrado con unas orquídeas.

Angeline se mueve sobre su asiento. —Um, ¿Podemos empezar con que nos diga qué es exactamente su problema? Digo, para tener un poco de contexto.

Ella asiente, pasándose la mano por su cabello corto. —Claro, les explicaré —mueve sus ojos hacia ella—. Tengo una enfermedad autoinmune, se llama Esclerosis Múltiple y es una enfermedad bastante complicada de explicar pero puedo decirles que afecta a cada paciente de manera distinta —señala—. En mi caso parece que la enfermedad ya la tenía desde hace muchos años y poco a poco mi cuerpo fue deteriorándose, ahora tengo que caminar ya sea con bastón o depende que tan mal estoy, con andador.

Lester se rasca el brazo, de arriba hacia abajo. — ¿Eso ha afectado su vida laboral?

—Claro —responde—. No solo por lo difícil que es moverse sino por como muchos lugares no quieren contratar personas enfermas —explica—. Cuando me hacían preguntas y descubrían que no tengo cura, que mi cuerpo puede reaccionar distinto cada día y que necesito visitas al médico, me cerraban la puerta.

Angeline habla: — ¿Pero en ningún lugar?

—Bueno —sonríe—. Claramente ahora estoy aquí, tengo un trabajo pero yo solía ser secretaria en una oficina de bienes raíces, cuando comencé con mis problemas pensaron que lo mejor era que yo me fuera, después de todo, siempre hay alguien más buscando trabajo y no quieren lidiar contigo.

— ¿No es eso ilegal? —pregunta Lester.

Ella se encoje de hombros. —Pues quizás, el problema es que a como están las cosas en la vida, tú sales de tu puesto y hay diez más esperando. Yo no era indispensable, era una carga. —Hace una pausa—. Por otro lado, sé que no soy la única que nos sentimos desprotegidos por parte de las autoridades. Conocí a una chica que vivía en un edificio sin elevador, era muy complicado para ella.




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