Dias Soleados

Capítulo 29

DOUGLAS:

—Creo que tu costilla se clavó en mi espalda —Lester me culpa.

Señalo a Angeline. —Creo que fue su pie.

— ¡Tú me tomaste de la pierna y caí! —reclama.

Estamos sentados en una mesa de aluminio, afuera de un puesto de crepas mientras comemos y vemos un concierto infantil de una banda con personas vestidas de animales salvajes.

Angeline sigue con el cabello despeinado, Lester aún tiene las mejillas rojas por el calor.

Yo solo quería subirme a ese juego y sí, pude haberlo hecho solo pero nunca me atreví a hacerlo. Cuando era niño veía el mismo juego con otros nombres en distintos parques y observaba como siempre las personas iban acompañadas de alguien.

No pensé que iba a divertirme tanto, aunque fue alocado, fue entretenido. No sé qué rayos estoy haciendo y no sé porque sigo cediendo a pasar tiempo con ellos pero ahora me siento confundido. Sé que no debo confiar en nadie, que no existen los amigos de verdad y que solo puedo contar con mi familia pero no quisiera que esto acabara.

Sé que no somos amigos, Lester sí quiere pero yo no puedo serlo. Angeline es amiga del tipo de personas que me molestan. No encajamos, ¿verdad? Que hayamos pasado un rato alegre no significa que puedo confiarles mis secretos a ellos, no puedo confesarles nada.

No lo entenderían.

— ¿Cuántos años cumples? —Pregunta Angeline—. ¿Dieciocho?

Niego. —Tengo diecisiete.

Sus ojos se abren. — ¿Ósea que eres menor que yo? —Bufa—. Ya te ves bastante viejo.

Ruedo los ojos, Lester toma una servilleta y se limpia la mano. — ¿Cuándo es tu cumpleaños, Angeline?

—El uno de diciembre —afirma—. ¿El tuyo?

—El ocho de octubre —responde.

Ella lo señala, sonriendo. —Será pronto, ¿no? Deberíamos planear algo para tu cumpleaños.

Junto mis cejas. — ¿Crees que seguirás hablando con él para su cumpleaños?

Su sonrisa desaparece. —Pues… —clava su tenedor de plástico en la crepa, servida en un plato de cartón—. Supongo, ¿No puedo hacerlo?

—No —respondo—. Volverás con tus amigos, aunque sean unos tontos.

—Es lo único que tengo —baja la voz—. Tal vez no lo entenderías Douglas pero yo… los necesito.

Lester la mira. — ¿Los necesitas?

Ella retira sus ojos y ve en dirección a los animales. —Siempre he tenido problemas haciendo amigos, es la primera vez que hay personas que quieren serlo.

Tomo una fresa picada. — ¿De qué hablas?

Suspira. —Antes yo no era así, en todos los sentidos —admite—. Y esa es la razón, solo quiero tener amigos.

—Pero son unos idiotas —señalo.

Unos verdaderos idiotas.

—Pero ahí están —contesta—. Y no son perfectos, ¿Quiénes lo son? Yo no lo soy.

Lester se mueve en su asiento. —Es cierto, nadie es perfecto pero eso no significa que debes excusar lo malo que hacen.

Asiento. —No está mal que ellos estén madurando, está mal que tú recibas sus malos tratos mientras lo logran.

Si es que alguna vez madurarán.

Rasca su mentón. —Odio la soledad —puedo ver como sus ojos brillan con lágrimas—. No quiero estar sola.

Bajo la mirada y me meto la fresa en la boca.

—A veces es mejor estar solo, ¿sabes? —Lester afirma—. Es como ese dicho de mejor solo que mal acompañado.

Ella lo mira y sonríe. —Sí, está bien, no importa —acomoda su cabello—. De todas formas ellos me odian ahora.

Porque no envió mi foto.

Angeline mira hacia el cielo y me preguntó en qué estará pensando. Puede que ella sea molesta pero por lo poco que conozco, pienso que no merece que la traten de esa forma.

—Estarás bien —tomo otro pedazo de crepa—. No te preocupes.

 

Regresamos a mi casa, pensé que después de pasar todo ese rato conmigo en el parque de diversiones ambos estarían cansados y se irían a su casa pero no, Angeline afirmó que quería probar el pastel de zanahoria y Lester estuvo de acuerdo.

Mi abuela se estaba llevando bastante bien con ellos, les contaba la famosa historia de cómo cuando era joven, se cruzó con un actor famoso del momento y la invitó a salir.

Angeline estaba demasiado interesada en esa historia, como si fuera una película. Lester la escuchaba atento, masticando lento el pastel de zanahoria.

Por suerte mis padres se fueron a dar un paseo con los gemelos, a caminar en el parque. Prefiero que ellos no estén aquí antes que digan algo personal y luego ambos pregunten esas cosas que no me gusta responder.

Ty estaba también en la mesa, no necesariamente para escuchar a Nana sino para darle miradas a Angeline. Es gracioso, la forma en que se comporta.

Después de comer, ambos ayudaron a lavar los platos (Ty también) y mi abuela avisó que iría a ver algo de televisión. Ty finalmente se retiró, tenía que conectarse a alguna transmisión en vivo.

Eso me dejó con ellos dos a solas.

—Tu abuela es tan genial —Angeline afirma—. Ósea, vivió toda una película de amor, es genial.

Creo que es el momento que ellos se vayan. —Um… bien, supongo que…

Angeline mira a través de los vidrios de la ventana en la cocina y señala afuera. —Miren, el atardecer.

Veo las ventanas y es cierto, se ve el exterior de un tono anaranjado. Desde que era niño me han gustado los atardeceres y los amaneceres, sé que es algo bastante común pues sucede con regularidad pero cuando el cielo comienza a cambiar de color, no puedo evitar ver hacia arriba.

Me muevo a la parte de atrás y señalo con mi cabeza para que me sigan. Salimos al jardín y elevamos nuestros ojos.

—Amo esto —Angeline afirma.

Yo veo las nubes coloreadas de anaranjado y amarillo, los pájaros volando para regresar a sus árboles mientras se llaman entre ellos y el viento soplando con calma.

Ninguno de los tres habla por un momento, nos permitimos escuchar cada sonido del exterior que podamos percibir. Además de las aves, se escuchan autos pasar, puertas cerrándose y personas que hablan lo suficientemente alto para que podamos escuchar sus voces pero no lo que dicen.




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