Dias Soleados

Capítulo 38

DOUGLAS

— ¿Por qué no traes tu carro? —me reclama Angeline.

Exhalo. —Porque vivimos tan cerca de la escuela y sería tonto conducir por menos de cinco minutos.

—Ya me estoy cansando de caminar —se sigue quejando—. Necesito que lleguen las vacaciones, ya no quiero seguir despertándome tan temprano.

—De los tres eres la que más temprano se despierta innecesariamente, vivimos cerca, ¿Para qué haces eso? —pregunto.

Señala su cara. —Tengo que bañarme, arreglarme el cabello, maquillarme, escoger mi atuendo del día y eso me lleva como una hora y media.

Lester ríe. —Podrías no hacerlo de vez en cuando, estoy seguro que igual te verías bien.

Él es así, siempre amable. —Podría pero también es algo que me gusta, no sé, me siento bien así.

Llegamos a mi casa. Una vez Angeline me estaba haciendo muchas preguntas sobre mis hermanos así que le expliqué que los pequeños estudian en una escuela a veinte minutos de aquí y un bus escolar los deja en la parada, normalmente su abuela los va a traer y cuando no puede, solo caminan con Ty.

Aunque a mí no me gusta mucho que vayan solos, pero sé que Ty está creciendo y cada vez tiene que ser un poco más independiente.

Angeline dijo algo como: —Douglas jamás lo admitirá pero es muy protector con sus hermanos, los cuida muy bien y es atento con ellos. Es tan divertido ver cómo se comporta en la escuela y como es con su familia, parecieran dos personas completamente diferentes.

Entramos a la casa, los gemelos están ocupados armando una torre con unos cubos plásticos. Marie nos mira primero y sonríe, se levanta para acercarse.

—Hola Lester, hola Angeline —toma mi mano—. ¿Me compras helado? Tengo hambre, ¿Puede ser de fresa?

Aiden se gira, con un cubo en la mano. —Yo de chocolate, extra chocolate.

—Digan por favor —Tomo a Marie de la cintura y la levanto para cargarla, le doy un beso en la mejilla y me acerco a Aiden para besar su frente—. Y no les compraré helado, tienen que comer primero y no es bueno tanta azúcar.

Ellos son tan lindos y tan dulces conmigo, desde siempre. Recuerdo cuando eran bebes de meses, ambos me sonreían todo el tiempo. Cada vez que los veo solo quiero abrazarlos.

Marie se retuerce para bajarse. —Eres malo —va de regreso con ellos—. ¿Me compran helado? No le diré a mi hermano que lo hicieron.

Me siento al lado de Aiden y lo abrazo. —Literal, estoy aquí Marie. Puedo escucharte.

Marie levanta los brazos. —No me importa —ahora mira a Angeline y la toma de las manos—. ¿Si vamos a jugar hoy, verdad? Mami no está ahora, puedes jugar conmigo.

Angeline asiente. —Claro, vamos a jugar.

Aiden se levanta y camina hacia ella. —Yo también quiero jugar, ¿Qué van a jugar?

—Cosas de niñas, Aiden —Marie contesta.

Me levanto y les toco la cabeza. —No hay cosas de niñas o niños, ambos pueden hacer lo que deseen mientras no se lastimen o lastimen a otros, ¿bien?

—Sí, Douglas —contestan ambos en un tono plano.

Angeline se encoje de hombros y extiende sus manos hacia ellos. —En ese caso, vamos a jugar ahora —me mira—. ¿Ya van a comer? ¿Podemos jugar ahora?

—Ahora —Marie pide—. Después como, ¿Si?

Suspiro. —Como sea, les doy media hora y luego bajan —miro hacia atrás—. ¿Y Ty?

—Bañándose —Aiden responde—. Y cantando —suelta una risita.

Ruedo los ojos. —Vayan entonces —señalo a Angeline, con una mirada amenazadora—. Trátalos bien.

Aunque sé que ella será buena, no sé porque estoy tan confiando de esa afirmación si la conozco desde hace algunas semanas.

Abre la boca. —Oye, soy buena con los niños, solo vamos a trenzarnos el cabello y pintarnos las uñas —aunque Aiden no tiene mucho cabello para trenzar—. Adiós, ya nos vamos, despídanse de su hermano gruñón.

Ambos ríen y suben a la habitación.

—Bueno —miro a Lester, quien solo ha observado todo en silencio desde que llegamos—. ¿Quieres subir a mi habitación un rato?

Asiente y sonríe. —Sí, está bien.

Eso hacemos.

Yo dejo mi mochila sobre la silla del escritorio, él la deja también ahí y camina alrededor de mi habitación, esperando que yo le diga algo para que sepa dónde puede sentarse. Creo que me da igual si se sienta en la cama o en el suelo o donde quiera, ya es común tenerlos por aquí.

Lester levanta un dedo. —Ah, escucharé la lista de canciones que hiciste.

Muerdo el interior de mi mejilla. —Um, si quieres.

Acomoda su cabello y se acerca a mí. —Escuchémoslas juntos, así me dices porque son tus favoritas o porque las agregaste.

Me encojo de hombros mientras percibo una sensación en mi pecho. —Si quieres, eh… —lamo mis labios—, bueno, ven a sentarte aquí.

Me muevo a mi cama, me quito los zapatos intentando empujar todo el pasado, todos los recuerdos y todos mis arrepentimientos. Ahora es diferente y estoy bajo control, sé que estaré bien y que jamás volverá a ocurrirme eso.

Lester se sienta también en la cama, se ha quitado los zapatos y sus calcetines tienen pequeños autos de carreras. No puedo evitarlo, sonrío mientras los señalo. —Interesante diseño.

Arruga su nariz. —No digas nada, fue un regalo de navidad de mi abuela —levanta un poco su pierna y mueve su pie en círculos—. No tengo idea de quien fabrica calcetines así para adultos pero bueno, son cómodos.

Esto me ha relajado, me muevo un poco más cerca asegurándome de no toparme con su brazo. Lester coloca su mano en el bolsillo del frente de su pantalón y saca unos auriculares azules enrollados, los estira, conecta en su teléfono y me extiende el del lado izquierdo para que pueda escuchar.

El cable no es tan largo, por lo que tengo que acercarme un poco. Esta vez, nuestros hombros se tocan y aunque dudé si debía levantarme y pedirle que se fuera, no lo hice.

Estoy entrando a un terreno peligroso, uno que me prometí no volver y permanecer lejos.




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